“Se tarda más en usar un lápiz de labios que en desfigurar con ácido”

“No”, espeta Reshma Qureshi (1997) poco después de saludar. “Ese es el problema: la negativa. Estos hombres nunca aceptan un no por respuesta”. Sentada al borde de la cama, las cicatrices de su cara marcada por el ácido contrastan con las sábanas lisas y las paredes tersas. Chocan la pulcritud y los tonos monocromáticos de la estancia con el caos del slum del barrio de Kurla, en el centro de Bombay. Fuera, las grietas del empedrado absorben las últimas lluvias del monzón arrastrando desechos, mientras las hendiduras de las tapias aplacan la llamada al rezo de la mezquita y el ruido del tráfico. Dentro, las huellas de su rostro también arrostran una decena de dolorosas cirugías y ahogan el grito de una generación de mujeres atemorizadas por la violencia machista en India.

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