El imaginario popular había relegado la tuberculosis a una enfermedad de pobres, olvidada, una cosa del pasado. Pero desde su ostracismo, la enfermedad infecciosa ha vuelto a dar un golpe en la mesa y a advertir de que ni entiende de clases sociales ni mucho menos está en su ocaso. Según las estimaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), esta dolencia infecciosa afectó a 10,4 millones de personas en 2015 y causó la muerte de 1,8 millones. La OMS pretendía acabar con la epidemia en 2035 —reducir las muertes un 95% y la incidencia un 90%— pero ni las cifras de afectación ni la inversión para bajar estas tasas lo acompañan. “Todo el mundo le da la espalda. No hay un apoyo decidido para combatirla y ejemplo de ello es que la mitad de los casos se estima que están, pero no se han encontrado”, explica el doctor Pere Joan Cardona, investigador en la Fundación Instituto de Investigación en Ciencias de la Salud Germans Trias i Pujol de Barcelona y ponente en el Congreso Internacional de Tuberculosis que esta semana se ha celebrado en la capital catalana. Los expertos coinciden en que la falta de inversión y de una apuesta decidida por combatir la dolencia ralentiza la erradicación de la epidemia.
La falta de inversión en tuberculosis retrasa su erradicación
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