Los pueblos indígenas viven, en su mayoría, en zonas rurales, asentados sobre sus territorios de uso y ocupación ancestral. En estos territorios, mantienen, en gran parte, una economía de subsistencia que les permite obtener alimentación e insumos para la construcción de sus viviendas, transporte, medicinas, así como otra serie de recursos.
A pesar de que los pueblos indígenas están entre los que menos han contribuido al cambio climático, ofreciendo además aportes ecosistémicos en la lucha contra sus efectos, son los que sufren sus peores consecuencias.
El aumento de lluvias y sequías está generando un impacto severo en la alimentación y abastecimiento familiar indígena. Por ejemplo, la escasez de agua en las zonas altoandinas, es agravada por los efectos del calentamiento global y el retroceso de los glaciares. La deforestación, una de las mayores fuentes de emisiones globales de carbono, está asociada a actividades extractivas, agroindustriales y grandes infraestructuras en dichos territorios.
Los impactos del cambio climático constituyen una grave amenaza a los derechos de los pueblos indígenas
La cada vez más preocupante degradación ambiental de toda la región iberoamericana ha ido generando la necesidad de buscar sistemas de protección que aseguren la conservación ambiental, dentro de la cual los pueblos indígenas juegan un papel fundamental.
El conocimiento indígena es una fuente imprescindible para aportar muchas soluciones que serán necesarias para adaptarnos a este cambio climático y evitar sus peores efectos. Por ejemplo, los territorios ancestrales a menudo proporcionan excelentes ejemplos de paisajes, desarrollando modelos de adaptación al cambio del clima.
Los pueblos indígenas también están desarrollando propuestas propias, basadas en sus prácticas y conocimientos tradicionales que plantean una forma equilibrada de conservación ambiental mientras siguen manejando los recursos y haciendo uso de los territorios.
Por ejemplo, en las últimas dos décadas se han realizado “Planes del Buen Vivir”, con objetivos colectivos sobre la calidad de vida de los pueblos en sus territorios. Estos planes suelen incorporar visiones de largo plazo, involucrando a las futuras generaciones como dueñas de dichos territorios y sus recursos, sirviendo además de inspiración para otros procesos de transición en territorios no indígenas.
Por ejemplo, para el caso del pueblo wampis, y en palabras del dirigente Shapiom Noningo, su propuesta se basa en que los pueblos indígenas han sabido vivir en la naturaleza sin destruirla, pues no la sienten como algo que dominar, sino que se conciben como un elemento más dentro de un ecosistema mayor, en el que todas las partes son importantes.
Los pueblos indígenas han sabido vivir en la naturaleza sin destruirla. No la sienten como algo que dominar y se perciben como un elemento más dentro de un ecosistema mayor.
Consolidar las estructuras de gobernanza y los instrumentos de políticas indígenas es esencial para mantener la integridad de los ecosistemas, tal y como recoge el informe “Los pueblos indígenas y tribales y la gobernanza de los bosques. Una oportunidad para la acción en América Latina y el Caribe” publicado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y el Fondo para el Desarrollo de los Pueblos indígenas (FILAC) en 2021.
Por tanto, garantizar el reconocimiento de la propiedad de los territorios de uso y ocupación ancestral de los pueblos indígenas es un derecho de dichos pueblos, que permite además conservar el conocimiento y capacidades indígenas imprescindibles en estos tiempos de transición socio-ecológica en toda Iberoamérica.