El consumo actual de bienes y servicios culturales exige concebir Internet como parte fundamental de un estado digital del arte y la cultura, pero no ya como una herramienta de distribución, sino como el espacio de producción de una cultura de nuevo cuño, una cultura que está dejando de ser solo de productos para convertirse cada vez más en una cultura de servicios. Un estado en el que, como bien apunta Frédéric Martel, la recomendación (adhiero, masiva) sustituye al periodismo cultural de la misma forma que la suscripción a la carta a la prestación constitucional y venta comercial de bienes, servicios y productos culturales. Un consumo cultural algorítmico, domiciliado y habitacionado que se puede disfrutar desde cualquier dispositivo a partir de una suscripción, y ya no de la propiedad.
En contraparte, y como una suerte de extensión de este estado digital, en el terreno de la creación artística tendremos a los AI Agents o Agentes de Inteligencia Artificial Agentiva, un tipo de tecnología que permite automatizar tareas. Programas creados para percibir su entorno y tomar decisiones automáticas empleando modelos de inteligencia artificial. No es una IA tipo ChatGPT, sino programas diseñados para realizar tareas basadas en su entorno. Emplean modelos de IA sí, para funcionar, pero están diseñados para que lo hagan de forma autónoma a partir de su entorno y pudiendo además tomar decisiones. Considérense desde coches autónomos hasta sistemas de atención al cliente, pasando por la biometría conductual diseñada para proteger nuestra identidad digital, algo que está redefiniendo los paradigmas de la autenticación de las personas con base en sus patrones de comportamiento mediante el uso de dispositivos digitales. Por esta razón es que hemos dejado de ser atractivos para los marcatenientes de la red, por nuestra creatividad. Ahora somos atractivos por nuestros datos. Con el desarrollo de la IA Generativa, los IArtistas podrían ser igualmente atractivos, ya no por su creatividad, sino por su capacidad de instruir y cocrear obras asistidas. Además de que la IA podría rebasar las habilidades técnicas del artista.
El cocreador artístico estaría tercerizando la creación de la misma manera que el consumidor cultural tercerizando sus experiencias de vida a través de la red. La obra perdería nuevamente su aura, ahora en un contexto en el que las máquinas ya no son una extensión de las manos, sino las manos una extensión de las máquinas. Esta nueva condición tecnológica, no solo ha dado otro valor al arte, sino que ha llevado a las nuevas generaciones a buscar la estética en otros espacios, la rentar y compra de obras a domicilio, evitando con ello tener la experiencia los museos y galerías, es una muestra de ello. Y es que cada medio impone un estilo específico de receptividad, decía Postman. Así las cosas, podríamos entrar a una suerte de reduflación del arte y la cultura debido a la potenciación de lo emotivo, al flujo incesante de contenidos y a la imposición del dinamismo en la industria del arte.
Considérese que el derecho está redefiniendo al arte al estar en los tribunales, no solo el pago del derecho compensatorio por parte de empresas de IA, sino también la producción de cocreaciones con este tipo de inteligencia que despierta intensos debates por la razón de que tanto la cultura como el arte están estrechamente ligados a la agricultura, a ese cultivo de lo que nos ha dado la naturaleza.
No así la tecnología, los algoritmos y la Inteligencia Artificial, donde el resultado final de las creaciones asistidas no deja de ser un producto tercerizado. Subrogado. Una cosa es el arte figurativo, donde la mente y las manos desempeñan un papel determinante en la creación, y otra los procesos donde las manos son extensiones de las máquinas y la “cocreación” es, por lo menos, cuestionable. Lo más cercano a realizar una operación matemática en una calculadora y decir que el resultad es una cocreación artística.
Las grandes obras que pueblan los museos son el resultado de la simbiosis de sus creadores con la naturaleza y suelen ser reconocidas por su relevante valor artístico e histórico. En tanto que las cocreaciones de arte digital, o asistidas con IA, son resultado de la simbiosis de sus creadores con la tecnología.
Hoy que el tiempo depende de la tecnología debido a que ya no tenemos un tiempo antropológico, que los comportamientos humanos provienen más de nuestras neuronas y de nuestras hormonas y ya no tanto del razonamiento natural del ser, el futuro del derecho parece ir más por el sendero de la biología, como bien apunta Gerardo Laveaga en Leyes, neuronas y hormonas (Taurus). Laveaga observa que las conductas humanas ya no responden a normas punitivas, y que por el contrario las neurociencias nos vienen mostrando que somos una especie de máquinas biológicas y que nuestras conductas están determinadas por procesos bioquímicos y estructuras genéticas que pueden alterarse de acuerdo con el medio ambiente.
Esta condición neurológica aunada a la tecnológica, impactará tanto en la creación como en la percepción del arte y la cultura.
Por el momento hay una falta de control directo sobre la generación, desarrollo del proceso y los resultados finales de las obras creadas o asistidas con IA. Parece haber un consenso en que ni las instrucciones por sí solas constituyen autoría alguna en la obra resultante, ni los prompts pueden ser actos creativos protegibles. Sin embargo, todo indica que, como siempre, el tiempo tendrá la última palabra. Será cuestión de que los tribunales puedan distinguir con precisión la asistencia de la generación de contenido autónomo en el proceso final de lo creado. Esos tramos de competencia y participación de las musas que inspiran al artista y el de los algoritmos y la Inteligencia Artificial que inspiran al IArtista.
Si bien el avance de la IA es irreversible debe ser, por lo menos, revisable. Y aquí lo primero que habremos de garantizar en la regulación de una inteligencia que ya no solo es capaz de obedecer órdenes y crear contenidos, sino también de tomar decisiones de forma autónoma, es que cuando un sistema de IA se alimente o sea entrenado con obra preexistente, sea necesario generar una trazabilidad, un reconocimiento a las fuentes de dichas obras que suelen quedar invisibilizadas en la denominada minería de datos que realizan las empresas.
En España hay un intenso debate al respecto; en México un par de iniciativas para establecer en la legislación del derecho de autor que las obras solo serán tales solo si son realizadas por un ser humano. En Francia, no solo se realizado la Cumbre de Acción sobre Inteligencia Artificial, sino que el Consejo Superior de la Propiedad Literaria y Artística ha publicado ya un informe sobre el marco jurídico del pódcast. Reino Unido, es quizá la región que más se ha aproximado al reconocimiento de la IA en los procesos creativos protegibles, mediante la admisión de las obras generadas por computadora en su Ley de Derechos de Autor, Diseños y Patentes. Establece una categoría especial de creación protegible a la creada sin autor humano directo, además de prever el reconocimiento y protección específica de la persona que haya hecho los arreglos para dicha creación. La comunidad cultural se viene manifestando en contra, debido a que nada garantiza que las empresas tecnológicas puedan entrenar modelos de IA utilizando obras protegidas, sin avisar a los creadores.
No hay una ley en el mundo que proteja la propiedad intelectual de los creadores ante el avance de la IA. Pero eso no es lo peor, lo peor se cocina en Estados Unidos. El presidente Trump ha solicitado comentarios públicos sobre cómo mejorar su Plan de Acción de Inteligencia Artificial para intentar mantener y fortalecer el dominio global del país en la IA, y empresas como Google y OpenAi han aprovechado para solicitar el derribo de uno de los mayores obstáculos para el dominio de la IA generativa que está en la legislación sobre derechos de autor: el no pago de los derechos compensatorios. La única herramienta que tienen los creadores para proteger sus medios de vida de la intrusión de esta tecnología. Proponen no reconocer las fuentes para no generar una trazabilidad de derechos de obras preexistentes en el entrenamiento de sus sistemas algorítmicos. Quieren quitarse los tribunales de encima.
La dos grandes preguntas en todo esto son ¿qué quedará del arte y qué de las categorías, jerarquías y nomenclaturas artísticas y culturales que conocíamos, valorábamos y reconocíamos en el mundo predigital? Y si estas nuevas formas de creación y apropiación terminarán por hacer de la cultura un relajante y ya no un estimulante, como sugiere Bauman.