No entro en este artículo a discutir sobre un mundo, el de la cooperación y el desarrollo, sin “Ayuda”. O donde ésta quede reducida a algo menor en lo cuantitativo e irrelevante en lo político. Tal vez algunas predicciones son tremendistas, máxime si comprobamos que la AOD llegó a su máximo en años recientes y que la Agenda 2030 le otorga un cierto peso a este flujo más o menos solidario, máxime al referirse a retos que solo pueden ser abordados fuera de las fronteras nacionales. Por otro lado, la Ayuda Humanitaria deberá crecer si no queremos asistir impasibles a la muerte de millones de personas a nuestras puertas o en crisis olvidadas.
Dicho esto, es evidente que cierto tipo de ayuda está en sus estertores finales, avanzando hacia la marginalidad. Aquélla que pone la fuerza en lo financiero, cuando es un flujo siempre menor respecto a otros; que concentra el poder en el donante, de forma más o menos velada, y por lo tanto afianza la verticalidad; que reproduce esquemas sobrepasados y no reconoce los nuevos resortes de la influencia global, la fortaleza de lo doméstico y el valor de otros “flujos” como los del conocimiento, la comunicación y la conexión de individuos y colectivos.
En este contexto una cooperación como la amparada por las Cumbres Iberoamericanas, bajo el paraguas formal del Convenio de Bariloche, tiene un futuro posible, pleno de sentido. Y al tiempo serias amenazas a enfrentar.
Las dos docenas largas de Programas Iberoamericanos y otras iniciativas encuentran su potencial en algunas de sus debilidades. Nunca tuvieron, ni previsiblemente tendrán, un gran respaldo financiero. Tampoco la Cumbre Iberoamericana, ni otras, están en su apogeo en cuanto a su centralidad política en la región, lo que al tiempo supondría una mayor susceptibilidad y sensibilidad de cualquier iniciativa en su marco.
El esquema de la Cooperación Iberoamericana es pertinente en este tiempo
El “espacio” sigue siendo adecuado. Los programas de la Cooperación Iberoamericana cuentan con la cobertura de la Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno y su potencial impulso si se ganan la relevancia y se les permite la visibilidad en los momentos políticos fuertes. No es frecuente que un programa de cooperación cuente con la firma de 22 jefes de estado y un espacio de alto nivel para explicarse. Esto parece evidente pero no lo es en docenas de otros esquemas de cooperación. La presión desde organismos internacionales para tener presencia en los márgenes de las Cumbres con sus iniciativas, es un buen reflejo de ello.
El esquema básico de la Cooperación Iberoamericana, por más que cuente con casi tres décadas y no sea novedoso, es pertinente en este tiempo. Un sector específico de la cultura, la economía o el desarrollo social. Un grupo de altos representantes de gobiernos que lideran ese sector en sus respectivos países, sentados en pie de igualdad para sacar adelante los objetivos del programa. Según los casos, más o menos financiación para dar cuerpo y hacer posibles las actividades y un abanico de posibilidades en el intercambio de experiencias, la formación de técnicos, el impulso a iniciativas políticas comunes y la conexión con sector privado y organizaciones sociales.
Todo ello con una Secretaría, la SEGIB, no intrusiva en lo cotidiano de los programas, algo nada frecuente entre los programas de muchos organismos que succionan la iniciativa intergubernamental a su servicio. Se trata de dar amparo, asegurar el rigor y promover la visibilidad, así como de fomentar la colaboración. Nada más, ni menos.
Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS, Agenda 2030), ofrecen un buen marco. A diferencia de los ODM, los nuevos objetivos globales, firmados en la Asamblea de NNUU hace un año, son del todo relevantes para América Latina y el Caribe. Y también para España y Portugal, por cierto. Desarrollo productivo, cambio climático, desigualdad, empleo digno…son asuntos sistémicos abordados en la Agenda e interconectados, que complementan a los más “clásicos” asociados con pobreza, hambre, educación o salud. No hay unos sin los otros.
La Agenda 2030 puede ser un marco de actuación global y para cada Programa
La Cumbre Iberoamericana podría adoptar la Agenda 2030 como marco estableciendo algún tipo de seguimiento habilitante, que no fiscalizador, de su avance y dando un impulso político a los ODS en la región. Si éste fuera el caso, la Cooperación Iberoamericana puede hacer una contribución y al tiempo servirse de la Agenda 2030 como marco de actuación, global y de cada Programa. Incluso en sectores como el Cultural, donde el vínculo con los ODS no es directo. No desarrollo aquí la potencialidad, y necesidad, de que la Cooperación Sur-Sur, analizada y promovida desde el espacio Iberoamericano, también abrace los ODS como su marco de referencia.
Destaco para finalizar otros desafíos que la Cooperación Iberoamericana tiene y que no están reñidos con su encuadre en la Agenda 2030.
El primero es el de su rigor y el segundo su financiación. Aún siendo programas de un marcado contenido político, ya que se refieren a políticas públicas en su mayoría, la Cooperación Iberoamericana sigue requiriendo de un marcaje procedimental fuerte. El nuevo Manual Operativo seguro que contribuirá a ello. Hay que huir por completo de iniciativas frívolas, por coyunturales, asociadas a un momento de intensidad previo a una Cumbre o al estímulo privado de cualquier entidad, que no reflejan en realidad la voluntad firme de varios países de hacer juntos un Programa. Un alto nivel de exigencia es condición para el éxito futuro.
Sin aparecer contradictorio con el peso relativo de la financiación en este tipo de Programas, éstos requieren de una inyección de fondos suficiente, mayor que la actual. Por un lado los países firmantes y participantes en los mismos deben mostrar su compromiso con una contribución relevante. Si nos creemos la “nueva” cooperación, España ya no debe ser el sostenedor principal de los Programas. Por otro la Segib debería tener margen y capacidad para lograr financiación adicional para los Programas, tanto institucional (empezando por la europea) como privada.
Una mayor visibilidad, cada Programa y el conjunto, así como una mayor apertura, intencionada y decidida, no cosmética, a otros actores privados y de la sociedad civil, servirían para impulsar la Cooperación Iberoamericana, ya experimentada aunque aun con recorrido y pertinencia para el futuro de la región.