La cooperación iberoamericana

Desde la celebración de la primera Cumbre de Jefes de Estado y Gobierno en Guadalajara (México) en 1991, la cooperación al desarrollo ha sido un elemento central de la Comunidad Iberoamericana y uno de sus principales sellos de identidad.

Durante más de 34 años la Cooperación Iberoamericana (CI) ha utilizado el trabajo en red y el intercambio de experiencias y conocimientos para encontrar e implementar soluciones eficaces a problemas reales.

La CI se desarrolla a través de dos vías principales. Por un lado, la Secretaría General Iberoamericana (SEGIB) da cumplimiento a los mandatos emanados de las Cumbres y reuniones ministeriales y, por otro, opera a través de los “Programas, Iniciativas y Proyectos Adscritos” (PIPA).

Los Programas e Iniciativas son ejercicios de cooperación intergubernamental que trabajan en ámbitos muy diversos. Están integrados por los países que voluntariamente desean formar parte de ellos y se financian, básicamente, con sus aportaciones. Los Proyectos Adscritos, en cambio, son promovidos por organizaciones de la sociedad civil, y también trabajan para promover el desarrollo. En la actualidad existen 31 PIPA: 21 Programas, 5 Iniciativas y 5 Proyectos Adscritos.

La CI funciona como una eficaz Comunidad, integrada por responsables políticos y personal técnico especializado que comparten experiencias e ideas para generar políticas públicas. Una Comunidad que ha desarrollado dos rasgos característicos propios que la distinguen y la hacen única: (1) la horizontalidad en los procesos de toma de decisiones y (2) la articulación de alianzas multiactor y multinivel.

La primer de estas características se manifiesta en el hecho de que en la CI todos los países iberoamericanos poseen igual capacidad de propuesta y decisión, con independencia de sus características o de las aportaciones financieras que realicen. Cada país contribuye a las actividades en función de sus capacidades y recursos, pero las decisiones se adoptan por el consenso de todos los participantes. Así, la relación de colaboración se establece de manera voluntaria, consensuada, bajo un esquema de solidaridad y confianza, y sin que ninguna de las partes ligue su participación al establecimiento de condiciones.

La segunda característica de la CI consiste en que, si bien los gobiernos de los países iberoamericanos son sus principales actores, ésta promueve activamente el trabajo con otras entidades de la región. Así, por ejemplo, se impulsa la celebración periódica de foros cívicos, parlamentarios y empresariales, de los cuales emergen todo tipo de propuestas y reflexiones, y se trabaja con los gobiernos regionales y locales para desarrollar proyectos y prácticas que les sean de utilidad. Además, se promueven instancias de colaboración con otras organizaciones y actores de desarrollo, pertenecientes o no al espacio iberoamericano, con los que se establecen alianzas para trabajar en temas específicos. Estos esfuerzos son a su vez complementados con el trabajo que la SEGIB desarrolla con sus Observadores Asociados (países no iberoamericanos) y Consultivos (organismos internacionales), los que aportan recursos, visiones y experiencias que enriquecen a la CI.

Muchos de los problemas que afectan a Iberoamérica, como el cambio climático, la pobreza, la desigualdad o la inseguridad, trascienden las fronteras nacionales y requieren, por lo tanto, de respuestas a nivel internacional para hacerles frente. Para coordinar estas respuestas la Comunidad Iberoamericana encuentra en la CI una potente herramienta. Una herramienta que se ha consolidado a lo largo de más de tres décadas de trayectoria, que ha demostrado su capacidad para promover el diálogo, generar consensos y articular actores, una herramienta que ha sido capaz de promover programas y políticas públicas útiles con resultados comprobables, una herramienta para proyectar nuestras posiciones y nuestros valores hacia el futuro con la fuerza que nos caracteriza cuando actuamos juntos.

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