Cada vez más las empresas están entendiendo la importancia estratégica del impacto social y medioambiental, y como este supone claramente una ventaja competitiva que mejora los resultados financieros, que incide en los costes económicos y de reputación empresarial. De esta manera, no solo se consigue maximizar el impacto positivo, sino que se limita el impacto negativo en la vida de las personas y los recursos del planeta.
“El mundo ha funcionado hasta ahora sobre la base del binomio riesgo-retorno, pero tenemos que avanzar y llevar el impacto al centro del capitalismo. Es la única forma en que nuestras empresas e inversores puedan aportar soluciones en lugar de crear problemas”.
Así de rotundo se mostraba Sir Ronald Cohen, presidente de Global Steering Group for Impact Investment, durante el VII S2B Impact Forum.
Las cifras del último estudio anual sobre la Inversión de Impacto de la Global Impact Investing Networking (GIIN) nos muestran que los inversores ya han empezado su transformación, incrementando los activos de inversión de impacto en un 42% durante el 2019, hasta alcanzar los 715 mil millones de dólares. Pero ¿están las empresas en la misma sintonía?
José María Álvarez-Pallete, presidente ejecutivo de Telefónica, David Vegara, consejero ejecutivo y director de riesgos de Banco Sabadell, Gonzalo Gortázar, consejero delegado de CaixaBank, Antonio Brufau, presidente de Repsol, y Peter Bodin, CEO global de Grant Thornton International, entre otros, nos mostraron en el S2B Impact Forum que sí.
¿Y cómo se traduce esa apuesta a la práctica en la lucha contra el cambio climático?
Son muchas las empresas que están presentando sus estrategias de impacto medioambiental en los últimos meses:
Por ejemplo, el propio Antonio Brufau recordaba en la clausura del S2B Impact Forum que Repsol busca ser la primera compañía energética con cero emisiones netas en 2050 y hace pocos días la compañía hacía pública su nueva estrategia 2021-2025, a partir de la cual el grupo invertirá 5.500 millones de euros en energías renovables para duplicar su potencia de generación hasta los 7,5 gigavatios en una primera fase.
Además, L’Oréal presentó este noviembre ‘L’Oréal For The Future’, un ambicioso programa de transformación sostenible para los próximos diez años, con el que la compañía pretende garantizar que su actividad respeta el medio ambiente a lo largo de todo el ciclo de vida del producto.
Por su parte, Nestlé está intensificando sus acciones para conseguir que el 100% de sus envases sean reciclables o reutilizables para 2025 y para reducir el uso de plásticos vírgenes en un tercio en el mismo periodo. Acción que se suma a otras políticas activas para reducir el impacto medioambiental derivado de su actividad económica y en las que ha invertido más de 100 millones de euros desde 2010.
También están las empresas que van más allá y que se comprometen a capturar todo el CO2 que han emitido en su historia, como Microsoft, que asegura que será carbón neutral hacia 2030 y capturará la totalidad de sus emisiones históricas para el año 2050. El caso de esta compañía de software es representativo porque marca un hito al ser la primera empresa con este tipo de iniciativa.
Otro caso destacable y que marca una tendencia de trabajo en alianzas (ODS17), es el de las más de 500 BCorps (empresas B, que buscan equilibrar los estándares de desempeño social, ambiental, transparencia y legalidad con el propósito y la rentabilidad) que se comprometieron como colectivo a ser carbono neutral hacia 2030 en el conocido encuentro COP25 en Madrid, el pasado diciembre.
Pero el éxito de esta transformación no depende solo de las empresas, se trata de un proceso de transformación organizacional y de mentalidad transversal que nos afecta a todos.
“Esta es la revolución del impacto y cada uno de nosotros tiene un papel como consumidores, empleados, ahorradores, empleadores, inversores. Todos somos y hemos de formar parte de un nuevo capitalismo de crecimiento y prosperidad compartida donde no se deje a nadie atrás”, remarca Sir Ronald Cohen.
En definitiva, es momento de actuar en pro de este nuevo modelo económico que nos preserve como especie y nos permita un desarrollo sostenible, que significa, al fin y al cabo, desarrollarnos sin comprometer a las generaciones futuras.