Las interconexiones entre la inseguridad alimentaria y la crisis climática son diversas, imbricadas y cada vez más posicionadas en la centralidad de los debates y de los desafíos para la salud pública global, especialmente porque producen impactos más evidentes en países y regiones donde las desigualdades históricas y estructurales son más evidentes, como en Latinoamérica, por ejemplo.
Si, por un lado, el problema tiene escala y alcance global, sus impactos son producidos y reproducidos localmente, de forma desproporcionada y desigual, exigiendo abordajes específicos en los diferentes territorios que consideren, mayormente, las injusticias generadas por los procesos de determinación socioambiental de la salud. En regiones como Latinoamérica, las interconexiones entre las crisis alimentarias y climáticas están íntimamente ligadas a los diferentes estándares de desarrollo de los países de la región que, históricamente, determinaron la prevalencia de altas tasas de pobreza y desigualdad social entre sus pueblos.
El intenso proceso de desarrollo vivido por diversos países latinoamericanos, especialmente a partir de la década de los 60, fue y sigue siendo marcado por una explotación insostenible de los recursos naturales que, entre otras consecuencias, acabó por comprometer el equilibrio y la conservación de diversos biomas de la región – una de las más ricas del planeta en términos de biodiversidad – y acentuó el histórico proceso de concentración de rentas, produciendo un contexto de marcada desigualdad entre los pueblos, local, nacional y regionalmente.
El reciente proceso de reprimarización de la economía en muchos países de la región, evidenciado a partir de la ascensión de gobiernos neoliberales en el período de redemocratización de las naciones latinoamericanas, sobre todo al final de los años 80 e inicio de los 90, acabó por determinar la prevalencia de un modelo regional de desarrollo económico basado en políticas de incentivo al agronegocio exportador, a la ganadería intensiva y al sector de la explotación mineral, produciendo una fuerte dependencia económica regional del comercio internacional de materias primas agrominerales. Un modelo que, entre otros impactos, dificulta el acceso a la tierra, provoca el éxodo del campo y profundiza la crisis de la seguridad y de la soberanía alimentaria. Seguridad y soberanía alimentaria que, a su vez, ya se ven gravemente comprometidas por las alteraciones en los estándares regionales de las precipitaciones, por la creciente crisis hídrica en diversas partes de Latinoamérica y por el aumento de la temperatura media en diversas partes de la región, evidencias inequívocas de los cambios globales de origen antrópico.
En 2019, un grupo internacional de prominentes investigadores, asociados a la Comisión Lancet sobre obesidad,[1] elaboró un informe sobre la necesidad de que se comprendan los problemas asociados a la alimentación – sea por deficiencia o por exceso – junto con las transformaciones en el clima del planeta, especialmente aquellas asociadas a los procesos de producción y distribución de alimentos. Para eso, se redefinió un concepto utilizado en la década de los 80 a fin de comprender la complejidad de la epidemia de VIH/SIDA: el concepto de sindemia.
El concepto de sindemia se refiere a la interacción entre múltiples epidemias que afectan una población, al mismo tiempo y en el mismo lugar, alimentándose, agravándose y creando un escenario desafiante para los servicios, programas y sistemas de salud en los niveles local, regional y/o global. En el Informe Lancet, se utilizó el concepto para comprender las interconexiones entre la obesidad y las epidemias de desnutrición, en el contexto de las alteraciones climáticas que afectan profundamente el acceso a los alimentos. Según el documento, asociar la obesidad y la desnutrición a las alteraciones climáticas en un único cuadro sindémico global, centra la atención en la escala y en la urgencia de enfrentar estos desafíos, de forma amplia y articulada, enfatizando la necesidad de organizar esfuerzos en torno a soluciones comunes.
Igualmente motivados por la necesidad de generar evidencias de esa «crisis de crisis», con el objetivo de subsidiar estrategias de enfrentamiento de sus consecuencias junto a sectores de gobierno y de la sociedad civil organizada, un grupo de aproximadamente ochenta destacados investigadores, vinculados a 24 instituciones académicas, con sede en 11 países de Latinoamérica, decidió unirse para crear el Grupo de Estudios sobre Sistemas Alimentares Latinoamericanos en el marco del Cambio Global – SALA Global, cuya primera iniciativa fue elaborar un panorama de las crisis alimentarias y climáticas en la región. Los resultados de esta iniciativa fueron recopilados en un libro, actualmente en prensa, con lanzamiento previsto para noviembre de este año.
Entre los diferentes componentes de la inseguridad alimentaria en el marco de la emergencia climática y ambiental en Latinoamérica, identificados a lo largo de la referida publicación, se destacan los factores macroestructurales, articulados de forma sistémica e interactiva en los países, que acaban por determinar el alcance y la magnitud de esta «crisis de crisis», entre los que se encuentran: la lógica de producción agrícola asociada al agronegocio; las cadenas de transporte y distribución de los productos del agronegocio; la gran concentración de tierra y el éxodo del hombre del campo hacia los centros urbanos, con agravamiento de las condiciones de vida y trabajo en las ciudades; y la fuerte dependencia de las economías regionales en relación con las grandes cadenas exportadoras de materias primas agrominerales.
Contraponiéndose a estos sistemas alimentarios insostenibles, el libro también destaca un conjunto de iniciativas organizadas a partir de sectores gubernamentales y de la sociedad civil organizada, tales como: las políticas de promoción de la agroecología y de la agricultura familiar en diferentes países de la región; los programas y planes dirigidos a la garantía de la seguridad y de la soberanía alimentaria; las estrategias de organización comunitaria para el enfrentamiento de la inseguridad alimentaria, como las «ollas comunes» y las cocinas comunitarias; las redes para la construcción de saberes y prácticas en agroecología y salvaguardia del patrimonio alimentario, entre otras experiencias exitosas.
Las lecciones aprendidas a lo largo de esta iniciativa y que, aunque se configuren como un retrato regional de las interconexiones entre las crisis alimentarias y climáticas, evidencian algunos aspectos que, por la similitud de los procesos de determinación socioambiental observados en el espacio iberoamericano y en otras partes del planeta, sirven como una alerta global para la necesidad de un esfuerzo integrado e integrador entre gobiernos, academia y sociedad civil organizada. Un esfuerzo centrado en abordajes inclusivos, dedicados, principalmente, al fortalecimiento de los sistemas de salud, la formulación de políticas públicas para el enfrentamiento de la desigualdad social y la pobreza, la comprensión de la centralidad de los procesos de determinación socioambiental de la salud y la promoción de condiciones que garanticen la autonomía y el empoderamiento de individuos y grupos, regional y globalmente.
En este contexto, y a título de conclusión, cabe destacar el papel estratégico de las instituciones formadoras en salud pública de Latinoamérica que, en diferentes momentos históricos, asumieron la responsabilidad de conducir debates estratégicos y definir temas necesarios para superar los problemas de salud generados en el ámbito de los procesos de desarrollo (económico) insostenibles adoptados por los países de la región. Con actores-llave en el proceso de formulación e implementación de políticas de salud y, también, principales responsables por la formación de recursos humanos cualificados para los servicios, programas y sistemas de salud en la región.
Cada vez más, las instituciones formadoras en salud pública deben estar preparadas para responder a las necesidades impuestas por los grandes desafíos globales, entre los cuales, aquellos que son generados en las interconexiones entre las crisis alimentarias y climáticas. El esfuerzo de articulación de diferentes actores en torno a un grupo de estudios regional, además de reforzar el papel estratégico de las instituciones formadoras en salud pública de Latinoamérica, debe buscar, permanentemente, la creación de condiciones necesarias para que se comprendan mejor las dimensiones y las consecuencias de esta «crisis de crisis» y, así, contribuir para el fortalecimiento de capacidades locales, comprometidas con la garantía de la seguridad y de la soberanía alimentaria y regidas por los principios innegociables de la dignidad humana y del respecto a las personas y a su sabiduría.