Un mundo interdependiente, con recursos limitados y población creciente puede dar origen a injusticias, tensiones y conflictos… ¡Salvo que dispongamos de buenos hábitos de cooperación, y contemos con gobiernos que impulsen una prosperidad inclusiva, que no dejen a nadie atrás y respeten los límites ambientales!
Estos últimos años, a pesar de las dificultades, han sido enormemente interesantes y constructivos en lo que a cooperación respecta. Naciones Unidas se ha dotado de una agenda oficial capaz de facilitar procesos de gobernanza basados en la participación y la apropiación de la agenda, el aprendizaje compartido y la solidaridad. Procesos, llamados a construir un futuro distinto, en el que el desarrollo sostenible desplace definitivamente los patrones de desarrollo que nos han permitido llegar hasta donde estamos. Hemos entendido que las premisas sobre las que basamos el progreso en los siglos XIX y XX ya no sirven para el XXI, que generan enormes impactos negativos ambientales y sociales, lastrando la economía y ocasionando daño y sufrimiento, sobre todo en los colectivos más vulnerables.
Esta es la finalidad perseguida por el proceso iniciado en 2015, con la adopción de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y el Acuerdo de París de cambio climático, junto con las nuevas pautas para financiar el desarrollo impulsadas en la Cumbre de Addis Abeba. Ninguna de estas agendas partía de cero, pero todas ellas significan el inicio de una nueva etapa en la que voluntad y estrategia serán fundamentales para tener éxito. Representan la cara constructiva de la globalización y son imprescindibles si queremos anticipar un siglo XXI compatible con la paz y la seguridad.
Son, además, fruto de la inmensa contribución de América Latina a la nueva gobernanza global. Fueron Colombia y Guatemala quienes promovieron la idea de los Objetivos de Desarrollo Sostenible desde 2010 y Brasil, el país anfitrión de la Cumbre de 2012 en la que se aprobó el proceso. También ha sido especialmente significativa la contribución hecha por los países de América Latina al Acuerdo de París sobre cambio climático. Ahora, ha llegado la hora de aplicar todo ello. No hay tiempo que perder, pero no siempre resulta fácil superar la inercia y el cortoplacismo que dificultan la coherencia y el alineamiento de políticas imprescindible para la consecución de los ODS.
En la comunidad iberoamericana, hay países europeos y latinoamericanos, grandes y pequeños, con grandes yacimientos de combustibles fósiles y enormemente ricos en biodiversidad; los hay más o menos industrializados; más o menos urbanos o más o menos agrícolas… Pero es precisamente esta diversidad la que permite aprender conjuntamente y ofrecer soluciones de sostenibilidad, que sean útiles no sólo para los interesados sino también para muchos otros.
Nuestros países deben plantearse qué senda de progreso se marcan para las próximas décadas
Aparecen, además, algunas características que, con los matices propios de cada realidad nacional, se repiten en nuestras realidades nacionales. La inmensa mayoría de nuestros países son economías medias, que deben plantearse qué senda de progreso se marcan para las próximas décadas… Afrontan decisiones clave para inspirar uno u otro modelo de crecimiento urbano, más o menos intensivo en consumo de recursos -suelo, agua o energía-, o más o menos inclusivo y afable para sus habitantes. Modelos de crecimiento para los que habrá que decidir qué infraestructuras y servicios públicos son los más relevantes para asegurar progreso… Infraestructuras llamadas a durar décadas que han de ser compatibles con las necesidades de la sociedad y las proyecciones de cambio climático.
No es lo mismo evaluar la capacidad portuaria necesaria en contextos intensivos en combustibles fósiles -para los que se requiere una importante capacidad de entrada (o salida) y almacenamiento de carbón, petróleo y gas por vía marítima- que la capacidad de generación, transporte y almacenamiento de sistemas energéticos eficientes basados en renovables. Tampoco es lo mismo impulsar modelos de movilidad basados en la proximidad de los servicios requeridos por los ciudadanos que respuestas en las que prime la omnipresencia del vehículo particular. Ni las infraestructuras que exigen un pleno aprovechamiento del potencial de la revolución digital son equivalentes en una economía desmaterializada que en modelos parecidos a los de la sociedad de consumo de hoy. Países que han de garantizar suministros básicos como el agua potable o la gestión adecuada de residuos, llamados a ser tratados de forma diferente en una economía que aspira a ser circular; sociedades que demandan vivienda y educación; salud e instituciones confiables y transparentes, capaces de resolver de forma eficaz y justa las demandas de los ciudadanos.
Se trata además de países en los que la desigualdad entre sus habitantes se mantiene dolorosamente alta. Señalaba la CEPAL en 2016 que aunque las desigualdades se hayan reducido en las últimas décadas, la región sigue siendo profundamente desigual. La experiencia de la crisis en España y Portugal arroja un preocupante balance en términos absolutos y comparados con los países del entorno, apuntando una peligrosa tendencia al crecimiento de la desigualdad entre sus habitantes.
En gran medida, estas tres cuestiones –desarrollo urbano en primer lugar; infraestructuras y servicios públicos, en segundo; y, por último, políticas de lucha contra la desigualdad- marcan de forma transversal los objetivos y las herramientas clave de la agenda de nuestros días, de la Agenda 2030: qué sistema fiscal para el siglo XXI, qué señales de valor y desvalor ofrecen las instituciones públicas facilitando una respuesta coherente por parte de ciudadanos y empresas; qué nivel de consumo o protección de recursos naturales es compatible con estrategias de progreso de largo plazo y qué capacidad de cooperación sectorial a nivel regional o subregional permite un mayor nivel de éxito en la definición de objetivos y hojas de ruta.
Será importante, por ello, utilizar los marcos de cooperación existentes, mostrando determinación política al más alto nivel pero garantizando cauces operativos para aprovechar las sinergias de la acción regional y subregional. Cómo incide lo que haga uno sobre el resto; de qué modo acelerar aquello que funcione; cómo abordar medidas de acompañamiento en la transición; cómo evaluar la incidencia de todo ello…
Frente a tentaciones aislacionistas, es importante defender el diálogo y el entendimiento
Será además fundamental respaldar con energía la voluntad de desempeñar un papel constructivo en la agenda multilateral. Frente a tentaciones aislacionistas, es importante defender el diálogo y el entendimiento, la colaboración y la actitud constructiva si queremos responder con éxito a la necesidad de acometer un cambio tan profundo en nuestros modelos predominantes de crecimiento. No habrá prosperidad ni desarrollo perdurable en esquemas basados en esquilmar recursos. Tampoco podremos garantizar equidad, paz o seguridad si no se da respuesta a las demandas de progreso e inclusión de la sociedad. Probablemente, nada de todo ello es nuevo, salvo la firme certeza de la interdependencia global y la voluntad oficial de trabajar juntos, compartiendo riesgos y aprendizaje en el abordaje de un cambio a todas luces inevitable. Si la comunidad iberoamericana sirve de puente entre América y Europa en esta experiencia práctica habrá superado, con creces, cualquier expectativa para un proyecto que nació en otra época de la historia, hace ya 25 años.