Este año, el tema del Día Internacional de la Mujer es “El empoderamiento económico de las mujeres en un mundo laboral en transformación: hacia un planeta 50-50 en 2030”. Este será también el tema prioritario de la 61ª sesión de la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer de Naciones Unidas (CSW61 por sus siglas en inglés) a celebrarse en marzo en Nueva York.
Para América Latina y el Caribe, el tema es relevante y el debate es oportuno. La economía de la región se contrajo por segundo año consecutivo en 2016 y para 2017 se proyecta un tímido crecimiento de 1.3% según las Naciones Unidas. Empoderar económicamente a las mujeres abre una posibilidad real de revertir este escenario: se estima que al superar las brechas de género en el mercado laboral se podría aumentar el PIB per cápita en la región en un 14%.
A pesar de algunos avances, estas brechas persisten en todos los estratos sociales
A pesar de algunos avances, estas brechas persisten en todos los estratos sociales. Las mujeres se deparan con tres realidades diferenciadas en el mercado laboral. De un extremo, en los llamados “pisos pegajosos” se encuentran las mujeres más pobres y con menores niveles de instrucción, estancadas en sectores de baja productividad y alta precariedad con escasas posibilidades de progreso. En el otro extremo, se ubican las mujeres que han desarrollado sus capacidades y cuentan con recursos para acceder a trabajos de mejor calidad, pero chocan contra los “techos de cristal” que limitan su crecimiento y bloquean su acceso a la toma de decisiones. Entre estos dos extremos, en las “escaleras rotas” están las mujeres con niveles medios de formación e inserción laboral, quienes no cuentan con cobertura o acceso pleno a la protección social, incluido el cuidado, y permanecen altamente vulnerables a la volatilidad del entorno económico.
Las cifras son contundentes: los hombres ganan en promedio 19% más que las mujeres en América Latina y el 55% de los empleos de las mujeres está en el sector informal, mientras que una tercera parte de las mujeres no cuenta con ingresos propios.
Por si esto fuera poco, ellas realizan entre tres y cinco veces más trabajo doméstico y de cuidados sin remuneración que los hombres.
Las cifras son contundentes: los hombres ganan en promedio 19% más que las mujeres en América Latina
Este complejo temario reunió a 25 ministras y máximas autoridades de género de América Latina y el Caribe a principios de febrero en Panamá en una consulta regional previa a CSW61. La Declaración de Panamá, adoptada al término del encuentro como una posición común de las ministras y autoridades, define cuatro pilares estructurales para orientar los esfuerzos de los Estados para promover la igualdad de género en la economía: contribuir a que las políticas macroeconómicas promuevan el empoderamiento económico de las mujeres y redistribuyan recursos para la igualdad de género; colaborar para superar las brechas estructurales de acceso de las mujeres al trabajo decente y la persistencia de discriminaciones en el mercado laboral; generalizar el acceso de las mujeres a la protección social; y reconocer, reducir y redistribuir el trabajo de cuidados no remunerado y regular el trabajo de cuidados remunerado.
Como siempre, las expectativas son altas y es mucho lo que está en juego. No podemos reactivar nuestras economías de forma perdurable si la mitad de su fuerza productiva y creativa permanece en empleos mal pagados y de baja calidad, sin acceso a la toma de decisiones y asumiendo la carga del trabajo de cuidado sin remuneración, lo cual se intensifica en períodos de desaceleración económica y austeridad fiscal. Para construir economías más justas y sostenibles, que funcionen tanto para hombres como para mujeres -y beneficien a la sociedad en su conjunto- tenemos que cambiar esta ecuación.