Ecuador tiene mucho que decir en la vasta realidad iberoamericana. Nuestro país incorpora un singular potencial derivado, tanto de la historia común, cuanto de su emplazamiento, peculiar y acaso único, en la mitad del mundo, equidistante de los trópicos y con una geografía transfigurada por la cordillera de Los Andes, en conjunción benévola y propicia con la corriente de Humboldt en el Pacífico sudoriental: vértice privilegiado de interinfluencias que sustentan su naturaleza de enclave multiforme, pluricultural y megadiverso. Una suerte de espejo calidoscópico de lo que de manera más amplia es justamente lo que llamamos Iberoamérica.
Hace ya tiempo, el gran polígrafo dominicano, Pedro Henríquez Ureña, habló de la posibilidad de lograr una “armonía de las multánimes voces de los pueblos”. Es precisamente esa armonía lo que procuramos alcanzar, gracias a la emergencia, en el ámbito iberoamericano, de una voluntad de unidad en la pluralidad, factible de realizarse mediante la cooperación fecunda entre los Estados que la conforman.
Este proyecto integrador empezó hace 30 años en Guadalajara, para promover el desarrollo nacional mediante la cooperación entre naciones que comparten un pasado de diversos matices, con vicisitudes y desencuentros, pero también con profundas coincidencias que se proyectan en un presente y un futuro promisorios y llenos de oportunidades.
La pertenencia a Iberoamérica, la adhesión a su espíritu y objetivos comunes son un acápite fundamental de la política exterior del Ecuador.
Se trata de una confluencia de voces que mucho puede hacer en la compleja realidad verificable al iniciarse la tercera década del siglo XXI. La pandemia de laCovid-19 y la persistencia, evidenciada por esta, de los desequilibrios y asimetrías económicas y sociales, agudizadas por el flagelo a nivel global, nos enfrentan con insondables retos solo posibles de superar con la solidaridad y el esfuerzo compartido.
En este contexto, el Ecuador y su actual gobierno incorporan como acápite fundamental de su política exterior la pertenencia a Iberoamérica y la adhesión a su espíritu y objetivos fundamentales.
Entre estos objetivos, la adopción de políticas concretas para coadyuvar a la preservación del medioambiente y mitigar los efectos del cambio climático es una misión que consideramos central para la actual generación de dirigentes políticos, sociales y empresariales. Tanto es así que ha elevado a nivel ministerial la gestión relativa al tema de la transición ecológica y ha ampliado, en extensión asaz significativa, la reserva marina alrededor de las Islas Galápagos.
La oportunidad ante un cambio de época
El mundo académico y político discute hoy sobre lo que será la realidad en la postpandemia, bajo la intuición factible de que estamos en el umbral de una nueva época, como lo ocurrido en el siglo XV, cuando tras los horrores de la peste negra sobrevino el Renacimiento.
Todo ello es conjetural y posiblemente cierto. Lo esencial, sin embargo, es que lo peor que puede sucedernos sería el advenimiento de un mundo distópico, donde las fallas del periplo histórico que termina –si es que ello es verdad– persisten y se agudizan, como fatalmente está sucediendo.
Parece urgente entonces, un viraje histórico que lo conjure. Pero, ¿hacia dónde debe inclinarse tal viraje? Creemos en lo que precisamente se viene discutiendo y proponiendo en el seno de la comunidad iberoamericana: una innovación profunda, institucional y política, en todos los órdenes, que impacte positivamente en las estructuras sociales y en el rumbo general de la economía y establezca premisas propositivas y pragmáticas para superar la inequidad y la iniquidad que gravitan aún en la realidad que vivimos.
La etapa postpandemia es la oportunidad para un viraje histórico que lleve a una profunda innovación institucional y política en todos los órdenes
Los proyectos de cooperación Iberoamericana, siguiendo estos lineamientos, tienen impacto directo en nuestros programas de desarrollo.
Ecuador no es ajeno a casos de éxito, siendo como es receptor de transferencias de buenas prácticas y experiencias en medio ambiente, agricultura, gestión de desastres y salud, en tanto que también ha desplegado un rol de cooperante fortaleciendo las capacidades de otros Estados de esta comunidad, en áreas tales como el empleo, el fortalecimiento de instituciones y políticas públicas, medio ambiente, participación política y sociedad civil. Gracias a todo ello, avanzamos con firmeza hacia la consecución de los Objetivos del Desarrollo Sostenible (ODS).
Creemos fehacientemente que Iberoamérica, integrada en estos ideales, puede convertirse en un instrumento de cambio a nivel mundial. Con tal perspectiva, Ecuador ha propuesto acoger la XXIX Cumbre Iberoamericana, a celebrarse en 2024 en Quito, decisión que fue aceptada por aclamación en la I Reunión de Ministras de Relaciones Exteriores de Iberoamérica, el pasado 26 de noviembre.
Esperamos que esta postulación sea ratificada en firme en la próxima Cumbre Iberoamericana de República Dominicana ya que refleja un compromiso renovado por la integración, el bienestar y el progreso de nuestros pueblos.