En medio del océano de la Sociedad de la Información y el Conocimiento, en algún punto de la nueva ola de la Cuarta Revolución Industrial, todo lo que era sólido hasta no hace mucho, se antoja de pronto movedizo y complejo. En apenas unos años, las nuevas tecnologías han abierto un sinfín de itinerarios de innovación, que no solo están transformando la naturaleza del empleo y los modelos de las empresas, sino también el marco en el que se relacionan los ciudadanos entre sí, y entre éstos y los gobiernos.
Se ha creado una nueva interfaz virtual donde buena parte de los ciudadanos han desdoblado sus identidades, colonizando vertiginosamente las redes sociales con sus avatares. Nuevos territorios con arquitecturas responsivas que se basan en nuevas lógicas de intercambio, adhesión y convivencia.
El espacio iberoamericano de la Sociedad de la Información y el Conocimiento es al mismo tiempo el territorio físico, el continente suramericano y la península, sus pueblos y ciudades, sus desiertos, selvas y montañas, y paralelamente su nueva realidad mediada alojada en la nube. Hay un espacio iberoamericano digital, asíncrono, distribuido y ubicuo, con forma de pantalla, que desborda los límites del espacio y del tiempo, y que está organizada en nodos. Es el hábitat natural de muchos nuevos arquetipos de ciudadanos, los milennials, o Generación Y, y más jóvenes aún, los nativos digitales; que están acostumbrados al espacio virtual, donde no solo pueden ocuparlo, sino que pueden poseerlo, reconstruirlo y rediseñarlo a su antojo.
Hay un espacio iberoamericano digital que desborda los límites y se organiza en nodos
Mientras el mundo real les negaba oportunidades, y la deriva posmoderna les hurtaba la esperanza, encontraron nuevas patrias e identidades donde ejercer una vida más plena: Comunidades de software libre, grupos colaborativos de intercambio, plataformas de financiación colectiva, portales de acción política, foros de periodismo ciudadano, repositorios de diseño abierto, redes sociales donde manifestar su frustración, grupos de hacedores –makers-, colectivos de afectados conectados en tiempo real, agrupaciones a favor de la cultura libre… Cuando la crisis se ceba con algún país en concreto, el campo está abonado para llenar las plazas de indignación sin que medien las organizaciones tradicionales.
Nuevos perfiles sociales, que representaban tan solo una avanzadilla de un movimiento de transición a gran escala, una evolución entre el rol de ciudadano pasivo-consumidor y el de ciudadano activo-productor, que es la simiente del nacimiento de un nuevo sujeto político en el Siglo XXI, más transversal y aglutinador que el arquetipo político que protagonizó el Siglo XIX y el Siglo XX: la clase trabajadora. Esta cesión de papeles principales, se explica por la dilución de la centralidad del trabajo, en una sociedad donde las fronteras se desdibujan cada vez más: entre el tiempo de trabajo y tiempo de ocio, entre el desempleo o empleo parcial forzoso y la quimera del empleo para toda la vida, entre el trabajo humano y el trabajo de los robots y los algoritmos, y entre el rol de consumidor y el rol de productor o incluso propietario…
En este contexto de cambio de paradigma, ahora que el espacio virtual precisa de un marco donde ejercer los derechos y libertades con garantías, y se abre además un espacio de oportunidades de desarrollo humano sin precedentes, pero que conlleva un riesgo significativo de aumento de la desigualdad; la respuesta que deben dar los gobiernos, no solo debe concentrarse en ofrecer soluciones y horizontes a la nueva ciudadanía digital, sino que también deben aprender de estas nuevas generaciones, incorporando su experiencia acumulada, escuchándolos y haciéndolos protagonistas de una nueva agenda política y social de gran envergadura, que aproveche todo el ancho de banda de la energía cívica en el Siglo XXI. Una agenda progresista que debe tener al menos tres dimensiones a corto plazo:
1.- De las masas a las multitudes inteligentes. Diseño abierto y colaborativo como transición a una democracia más deliberativa.
Uno de los principales cambios que ha producido la sociedad digital es que nos permite utilizar la inteligencia colectiva, es decir que una multitud organizada genere más impacto que la suma de sus partes. Las experiencias de diseño abierto y colaborativo –crowdsourcing– nos aproximan al ideal de la democracia deliberativa.
Debemos ser capaces de incorporar estas metodologías en el diseño de las políticas y de leyes, en todos los niveles administrativos. No solo porque necesitemos complementar los sistemas de la democracia representativa, en un escenario de crisis de legitimidad, sino porque la experiencia nos dice que la deliberación distribuida, ahora que contamos con herramientas digitales que la hacen viable, se muestra mucho más eficaz en los escenarios actuales. Como destaca Juan Freire, frente a los problemas agudos que podían ser solucionados con conocimiento técnico y experto, los problemas complejos y crónicos –más propios del siglo XXI- requieren de la implicación de los afectados.
El diseño abierto y colaborativo también es mucho más eficaz en la integración de las minorías. Y lo que resulta definitivo, las políticas de orientación tecnocrática, están sometidas a la planificación, lo cual deja de tener sentido en un mundo en constante cambio, resultando mucho más interesante la experimentación y el aprendizaje continuo de las dinámicas deliberativas. La aplicación del diseño abierto y colaborativo debe traducirse por una apuesta decidida en torno a herramientas como los presupuestos participativos, las consultas populares, la ciencia ciudadana, la investigación – acción participativa, las plataformas deliberativas, herramientas de mapeo colaborativo… todo ello sin menoscabo del fortalecimiento de las otras capas de participación en las que se asienta nuestra tradición democrática.
El diseño abierto y colaborativo es mucho más eficaz en la integración de las minorías
2.- Hacia una Constitución de Ciudadanía Digital.
Con el Marco Civil da Internet de Brasil (2014) como gran referente mundial, consideramos que ha llegado el momento de abrir un gran debate público, con un proceso deliberativo de gran alcance, para impulsar una Constitución de Ciudadanía Digital, que vaya más allá de los derechos de acceso a la información y los datos abiertos, y que incluya aspectos como la neutralidad de la red, la libertad de expresión, el derecho a la privacidad, derecho al olvido, o incluso debatir sobre el derecho a Internet en sí.
3.- De los portales de Transparencia y Gobierno Abierto a los Laboratorios de Innovación Ciudadana.
De los tres principios del Gobierno Abierto, transparencia, participación y colaboración; quizá haya sido la transparencia donde más se ha avanzado, y ni siquiera en este apartado podemos estar satisfechos, pues debemos propiciar una transición entre los datos abiertos a los datos usables, para garantizar que el acceso a la gran fuente de información de la administración es cada vez más universal y multitudinario. Con todo, el camino será aún más largo en los otros dos principios que inspiran el paradigma el gobierno abierto: participación y colaboración.
Adaptar las administraciones públicas iberoamericanas a la sociedad digital, exige un profundo cambio de orientación política, que no se resuelve con crear portales de datos abiertos y agendas transparentes. En este sentido, con diferentes formatos y estrategias, como recoge Álvaro Remírez-Alujas en su estudio sobre laboratorios de gobierno, los Laboratorios de Innovación Democrática o Innovación Ciudadana, con ejemplos como MindLab en Dinamarca, GovLab en EE.UU., el Laboratorio Hacker de Brasil o los LABIC de la SEGIB; están abriendo espacios para el diseño abierto, la experimentación, la deliberación, o incluso la explotación de datos públicos mediante hackatones; precipitando además la confluencia de ciudadanos, con organizaciones sociales, empresas y gobiernos; aplicando enfoques que van desde el pensamiento de diseño a la economía del comportamiento, pasando por la pedagogía circular del aprender haciendo; alcanzando notables éxitos en la resolución de problemas complejos. Estas iniciativas experimentales nos muestran el camino a seguir si queremos dar salida a toda la inteligencia colectiva acumulada en la sociedad digital.
En los laboratorios de SEGIB se están abriendo espacios para el diseño abierto, la experimentación y la deliberación
Se trata en definitiva, de crear nuevas capas de participación, que conecten la tradición democrática representativa con nuevos esquemas deliberativos, empoderando a las comunidades, implicándolas en los procesos de su propio desarrollo, aprovechando el ancho de banda de la inteligencias colectiva, reconociendo el decisivo papel de la ciudadanía digital en el Siglo XXI como sujeto político de primer orden.