La pregunta es sustantiva, pero su formulación atemporal habilita respuestas muy diferentes. Si la enmarcamos en la historia de la cooperación al desarrollo, la respuesta es que no ha sido una prioridad. Más aún, cooperación al desarrollo y cooperación científico-tecnológica han corrido por canales paralelos con poca o nula vinculación. Los instrumentos y marcos de cooperación europea con los países de América Latina y el Caribe son un buen ejemplo de esta disociación. Con los países de mayor desarrollo científico-tecnológico (Argentina, Brasil, Chile y México), la UE estableció acuerdos de cooperación científica y tecnológica que no han tenido una articulación programática con otros instrumentos de cooperación. Asimismo, desarrolló los llamados proyectos “BILAT” como plataformas institucionales que promovieron la interacción entre comunidades científicas europeas y latinoamericanas y facilitaron fundamentalmente el acceso a las convocatorias de los Programas Marco de la UE.
Así, la cooperación al desarrollo y la cooperación científico-tecnológica persiguieron objetivos de política diversos. Simplificando, la primera se estructuró a partir de un objetivo superior a los intereses particulares de los Estados “donantes” -el desarrollo de los “receptores”-, mientras la segunda se configuró a partir del interés de todos los países por aumentar sus propias capacidades de investigación e innovación con el fin de mejorar su competitividad internacional. El punto en común es que ambas cooperaciones se desarrollaron en el mismo contexto de asimetrías, pero la segunda no tuvo por objeto disminuirlas y, con ello, se dejó al margen un recurso clave para promover el progreso económico y social de los países en desarrollo.
Según datos del Banco Mundial, en promedio regional, la inversión reciente en ciencia y tecnología como parte del PBI en la Unión Europea (2%) más que duplica la de América Latina (0,7%). Ciertamente, la historia muestra también algunos intentos por superar esa disociación entre ambas cooperaciones. El más significativo fue quizás el “Manifiesto de Sussex”, encomendado por las Naciones Unidas a esa universidad en 1970 para analizar el aporte de la ciencia y la tecnología al desarrollo. Poniendo en evidencia la falla de un sistema de división del trabajo científico a nivel mundial, el documento se proponía, entre otras cosas, la construcción de agendas de investigación orientadas a los problemas de los países en desarrollo, abogando incluso por que los países desarrollados destinaran un 5% de sus gastos en investigación y desarrollo a trabajar sobre estos problemas. Proponía además que los países avanzados destinaran un 5% de la ayuda al desarrollo para reforzar la ciencia y la tecnología en los países en desarrollo. Si bien, su impacto en general fue relativo y se hicieron algunas estimaciones, el aporte a la ciencia y la tecnología de los países menos adelantados no se contabiliza como un sector específico en las estadísticas del Comité de Ayuda al Desarrollo (CAD).
No será posible alcanzar los ODS sin el aporte de la ciencia, la tecnología y, sustancialmente, la innovación
Si re-enmarcamos la pregunta desde hoy y hacia el futuro, la ciencia y la tecnología adquieren prioridad para la cooperación en el contexto de la agenda global de desarrollo sostenible. No será posible alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) sin el aporte de la ciencia, la tecnología y, sustancialmente, la innovación (concepto que termina configurando la sigla CTI e implica la aplicación y difusión del conocimiento con lógicas de mercado). Estos requieren una ampliación de recursos disponibles para los países en desarrollo, entre ellos, el acceso a, y el desarrollo de, tecnologías. Los ODS que abordan cuestiones ambientales, como el 6, 7 y 14, y productivas, como el 8, 9 y 12, sólo podrán ser alcanzados si se promueve el desarrollo y la transferencia de tecnologías que contribuyan al cuidado del ambiente vis a vis el desarrollo productivo. Al mismo tiempo, la Agenda 2030 va más allá y advierte que son recursos necesarios para alcanzar mayores niveles de equidad social en educación y género (ODS 4 y 5).
El ODS 17 recoge la importancia de la CTI como recurso después de que la Conferencia sobre Financiamiento del Desarrollo, realizada en Addis Ababa en julio de 2015, incorporara una lista de compromisos al respecto. Entre ellos, que los países “alentarán el desarrollo, la divulgación y difusión y la transferencia de tecnologías ecológicamente racionales a los países en desarrollo en condiciones favorables, incluso en condiciones concesionales y preferenciales, según arreglos mutuamente convenidos” y tratarán de “intensificar la cooperación y la colaboración internacionales mediante asociaciones público-privadas y entre múltiples interesados, y sobre la base del interés común y el beneficio mutuo, centrándonos en las necesidades de los países en desarrollo y el logro de los objetivos de desarrollo sostenible”.
Asimismo, el plan de acción de Addis Ababa derivó en el establecimiento de un mecanismo de facilidad tecnológica en el marco del cual se desarrolló en junio de 2016 el primer foro multi-actores de la sociedad civil, gobiernos y empresas, con el objeto de promover redes y vinculaciones. Estas iniciativas pretenden trabajar sobre las brechas en el desarrollo y acceso a tecnologías, convocando a todos los actores relevantes, combinación que resulta compleja por la diversidad de perspectivas e intereses.
En este nuevo escenario, embrionario de una posible convergencia de agendas de cooperación, emergen dos cuestiones que sería importante considerar al momento de elaborar políticas y estrategias, aunque no agotan la amplitud de temas de debate. La primera es que las cuestiones ambientales se encuadran como un problema que afecta a todas las sociedades y, por ello, serán las primeras en traccionar distintas formas de cooperación en CTI. Este proceso estará, sin embargo, sujeto a las tensiones de un ambiente económico recesivo y a la disputa sobre las responsabilidades diferenciadas entre países desarrollados y en desarrollo. La segunda es que los objetivos, metas y recursos requieren ser operacionalizados en nuevos instrumentos de cooperación que tomen en cuenta las asimetrías internacionales, las desventajas de la división internacional del trabajo científico -y con ello las diferencias sustantivas entre ciencia, tecnología e innovación que dividen en la práctica la sigla CTI- y las problemáticas específicas de los países en desarrollo. Avanzar en esa dirección requiere de una alta dosis de creatividad y evitar la tentación de, simplemente, reubicar instrumentos de cooperación pre-existentes bajo nuevas categorías.