Sobre la mesa un mate y un platillo con queso y uvas que son una tentación para Tita, la gatita con nombre de tanguera argentina que trepa hasta el regazo de Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957), y le saca unas caricias antes de avanzar cautelosa hasta las viandas. “¿Qué hacés, ya desayunaste. Van a pensar que pasas hambre…” Hambre, algo de lo que sabe el escritor argentino, que explica que creemos que es siempre algo que les ocurre a otros: a 56,5 millones de personas sólo en América Latina y el Caribe. 800 millones en todo el mundo. Caparrós ha publicado una treintena de libros, dirigido revistas y ganado premios, entre ellos el Ortega y Gasset de Periodismo a la Trayectoria profesional en 2023. Su obra El Hambre (Random House, revisado en 2021) es una crónica y un ensayo lúcido sobre la mayor pandemia de nuestro siglo.
¿Qué es el hambre?
En términos muy básicos es no estar seguro de si vas a poder hacer tu próxima comida. Nosotros sabemos que de algún modo vamos a comer esta noche y mañana. Eso no se cuestiona. Vivimos en un mundo en el que damos por supuesto que lo vamos a hacer. Puede ser que sea pan con queso o puede ser que sea langosta, pero que vamos a comer mañana. Casi ninguno de nosotros tiene dudas, en cambio, hay mil millones de personas por lo menos, que no están para nada seguras de que van a comer mañana. Lo van a intentar por todos los medios y van a ver qué consiguen. Pero quizás sí, quizás no.
Se da la paradoja de que América Latina es productora de alimentos pero hay millones de personas que pasan hambre, ¿por qué?
En América Latina desde hace 500 años, las economías y las estructuras políticas están basadas en la extracción y exportación de materia prima. Eso es lo que venimos haciendo desde las minas de Potosí hasta los narcos mexicanos, pasando por todo lo que hay en el medio, sea petróleo, cobre, soja, cañas y tabaco, trigo, carne… no siempre es lo mismo pero es extracción y exportación de materia prima, lo cual tiene una cantidad de consecuencias. Una que es curiosa, aunque sea un poco lateral, es que en América Latina, como lo que importa es tener el control de las fuentes de donde se extraen esas materias primas, en vez de que el poder económico defina el poder político, es el poder político el que define el poder económico, porque el que tiene ese poder político se puede apoderar de esas fuentes de materia prima. Eso crea una estructura distinta en la cual el poder político es mucho más decisivo a la hora de definir el poder económico y no, como solemos pensar. La extracción y exportación de materia prima, significa que lo que se produce no se produce para el consumo, se produce para la exportación. En el caso de Argentina, por ejemplo, se supone que el país produce comida que podría alimentar a 400 millones de personas y sin embargo, sobre 45 millones que somos, hay alrededor de 4 millones que no comen suficiente. ¿Por qué es eso que parece una gran paradoja? Porque se produce para alimentar chanchos chinos. No se produce para darle de comer a la gente del país. Esa no es la función de la producción de alimentos, sino para entrar en un mercado internacional en el que obviamente te van a pagar más los chinos que el campesino o el villero de ahí a la vuelta. Y eso también produce un efecto curioso, bueno, curioso, espantoso que es que América Latina es la región más desigual del mundo, no necesariamente la más pobre, pero sí más desigual. Y yo pienso que eso tiene que ver con esto, con que en un sistema de extracción y exportación de materia prima la desigualdad existe porque los ricos pueden permitírselo. No necesitan a sus pobres: no los necesitan para trabajar, porque la extracción de materia prima no necesita mucha mano de obra y cada vez menos. Tampoco los necesitan para consumir porque no producen para el mercado interno, sino para la exportación. No necesitan a los pobres para nada, ni para trabajar ni para consumir. Entonces pueden darse el lujo de despreciarlos, digamos, y tenerlos sumidos en la pobreza. Y yo creo que tiene que ver con esta estructura.
«América Latina es la región más desigual del mundo, no necesariamente la más pobre, pero sí más desigual».
¿Importa que se mueran de hambre?
Importa cuando aparece algún caso así como dramático, de una niña en una provincia que dice tengo hambre y está flaquita y qué sé yo. A veces eso llega, no sé, a un programa de televisión más o menos visto y produce cierto efecto. Pero el problema es que, en general, morirse de hambre no significa morirse de inanición. Hay una confusión habitual en la que se piensa en morirse de hambre como morirse de inanición; de no comer diez días seguidos o veinte días seguidos. Y, en general, morirse de hambre es otra cosa. Este hombre, por no estar suficientemente alimentado, no tienes las defensas necesarias para soportar cualquiera de las innumerables enfermedades que un cuerpo bien nutrido soporta sin ningún problema. Así es como la gente se muere de hambre. Ya no hay, afortunadamente, estas hambrunas apocalípticas, salvo en situaciones de catástrofe natural o de guerra o de cosas así. Eso pasa inadvertido, no consigue producir ningún efecto, porque no es algo televisado. No es algo que se pueda sintetizar en una imagen, que es lo que parece que últimamente se necesita para que las cosas sigan.
Y si conocemos los datos, si sabemos de ese empeoramiento, y del funcionamiento del mercado que está perjudicando y agravando el problema del hambre, ¿por qué no hacemos nada?
Yo suelo creer que es porque [el hambre] es algo que le sucede a otros. Siempre a otros. Me gusta poner el ejemplo de la ecología. Me acuerdo que hace milenios, cuando estudiaba en Francia, en la universidad, los ecologistas eran cuatro. Nadie les hacía mucho caso en los años 70 y gritaban todo lo que podían. Por otro lado, eran otro tipo de ecologistas porque tenían una conciencia más clara de que la ecología significaba también una pelea contra el poder y estaban mucho menos preocupados por las centrales nucleares por contaminar un arroyito que por el hecho de que significaban una concentración de poder extraordinaria. Una central nuclear significa que un señor con un botón maneja la energía de 10 millones de personas. Y esa era la base del movimiento ecologista de la época antinuclear, por esa concentración de poder. Eran muy pocos y nadie les hacía caso. Siguieron gritando, insistiendo, y consiguieron convencernos de que su prédica era decisiva. Y me parece muy bien. La gran diferencia entre este problema ecológico y el problema del hambre es que consiguieron convencernos de que el problema ambiental nos influye a todos. El hambre les pasa a otros que no vemos, no sabemos bien quiénes son. A veces, generalmente, tienen otro color de piel, hablan un idioma que no entendemos. Entonces no conseguimos pensar que ese sea nuestro problema. Y es cierto, requiere un salto de inteligencia un poco mayor pensar que es nuestro problema porque requiere suponer que nos da mucha vergüenza vivir en un mundo que podría alimentar a todos y sin embargo deja a mil millones de personas sin comer lo que necesitan.
«No necesitan a los pobres para nada, ni para trabajar ni para consumir. Entonces pueden darse el lujo de despreciarlos»
¿Se puede vincular también el hambre al cambio climático?
Hoy está muy ligado cómo esté el medio ambiente con qué se pueda producir en él y qué no se pueda, pero el problema por el cual esos millones de personas no comen suficiente no es ambiental, es de distribución y distribución en el sentido económico, no en el sentido logístico. Distribución de la riqueza. Nosotros producimos comida suficiente. Hay un gran hecho, probablemente el mayor hecho histórico que la historia no registra, que es este: fue alrededor de los años 70 del siglo pasado, cuando por primera vez se supone que la humanidad pudo producir alimentos para todos sus integrantes, cosa que no había pasado antes. Una de las razones del hambre hasta ese momento era que no sabíamos cómo producir comida para todos.
Por supuesto, había concentración de esa riqueza alimentaria. Desde siempre empezó a haber jefes y estados y cosas por el estilo, pero además de eso no se podía. No sabíamos cómo producir para todos. A mediados del siglo XX se empezaron a encontrar técnicas que lo permitían y ahora sabemos cómo hacerlo y eso lleva ya 50 años. Digamos entonces que podamos producir comida supuestamente para 12 mil millones de personas siendo 8.000 y que sin embargo no comen todos. Esto no es efecto de los problemas ambientales, es que se produce para que los países ricos híper consuman y despilfarren. Y para los demás, lo que puedan. No se piensa en ello cuando se consumen alimentos, cuando se producen alimentos.
¿Está el mercado amañado?
Podría haber un mercado puro y que funcionara según reglas morales maravillosas. Yo no creo que esté amañado, es lo que es el mercado: una estructura en la cual de lo que se trata es de ganar la mayor cantidad de dinero posible por medio de todas las maniobras que lleven a ese fin. Entonces, la maniobra más obvia es la que te decía recién: los alimentos no se producen para aquellos que lo necesitan, sino para aquellos que los van a pagar más caros y se va a tratar de que los paguen lo más caro posible. Para eso están estas bolsas de valores y todo el sistema mundial de comercialización de los alimentos. Habría que encontrar una manera de que la producción de alimentos no se regulara por el mercado, se regulará por la necesidad de aquellos que tienen que comer, ¿no?
Eso me recuerda al dilema de la vaca que menciona en su libro El hambre
Sí, yo trataba de sintetizar esto en el ejemplo de una vaca. Si un productor produce diez kilos de trigo tiene dos opciones: una sería venderle un kilo a diez familias que van a comer estos días con esos granos. La otra sería venderle los diez kilos, probablemente más caros, a un ganadero o a un intermediario que se lo vendería a un ganadero o a dos intermediarios (los grandes capitales de la alimentación son intermediarios, no productores). Un ganadero le daría los diez kilos de trigo a su vaca y la vaca lo transformaría en un kilo de carne. Esa es la ratio, más o menos diez kilos de de vegetal producen un kilo de carne. Y vendería ese kilo de carne, medio kilo a cada una de dos familias, ponle, por mucho más dinero que lo que había sacado el agricultor con sus diez kilos de trigo. Los que pueden comprar ese medio kilo de carne son unos pocos, mientras que los que necesitan el kilo de trigo son muchísimos, pero no lo consiguen porque es mucho más negocio vendérselo al ganadero para que lo transforme en carne, para que se la venda a esos pocos que pueden comprarlo.
¿Qué habría que hacer para reducir los números, qué se puede hacer?
Yo creo que lo primero y principal no es técnico sino llamémoslo político. Tiene que ver con que dejemos de mirar para otro lado y empecemos a pensar, como decíamos antes, a la manera ecologista, que el hecho de que tanta gente no coma suficiente también es nuestro problema, no es solo problema de ellos, es nuestro y por lo tanto deberíamos empezar a exigir de la misma forma que exigimos que nos limpien la atmósfera. Deberíamos empezar a exigir que los gobiernos que elegimos tengan presente que queremos que hagan cosas para moderar el hambre o para hacerlo desaparecer, y que si no lo hacen, bueno, dejaremos de elegirlos. Eso por lo menos en Europa o en lugares donde existe la democracia. La democracia debería poder funcionar. Por decirlo de otra manera, la primera condición para que deje de haber o se reduzca mucho el hambre es que nos importe. Entonces, si nos importa, encontraremos formas de actuar en esa dirección, ya sea como decíamos recién, a través de los políticos o formas más directas.
Mientras no nos importe, no hay forma de que esto cambie. ¿Porque quién lo va a hacer? La FAO suele decir que con 35.000 millones de dólares al año podría solucionar la mayor parte del hambre en el mundo, pero no hay presión para que los países que lo podrían poner lo pongan. Entonces, como no la hay, bueno, se reúnen en Delhi y hablan de otras cosas.
«Si no hubiera esa desigualdad económica no se produciría para mercados que pagan cinco veces más, sino simplemente para venderle a tu vecino».
¿Es el hambre estructural?
Se habla mucho de hambre estructural para decir que es un hambre absolutamente irreparable. Y vas a Níger y te dices, sí es cierto, esto es irreparable, porque ves todo árido, pobre, sin ninguna infraestructura. Y después te enteras de que Níger es el segundo productor mundial de uranio, que es un mineral bastante apreciado y bastante bien pagado. Solo que todo ese dinero se lo llevan una empresa china y una empresa francesa. Se ve que en este último golpe de Estado ganaron los chinos porque están echando a los franceses. Es lo que hacen, se dan golpes de Estado mutuamente para mejorar su control sobre las reservas de uranio a través de los militares locales a los que compran. Todo ese dinero que se llevan los chinos y los franceses, alcanzaría muy cómodamente para crear todas esas infraestructuras que hacen falta para crear carreteras, comprar máquinas, hacer irrigación, construir depósitos… para todo eso que necesitan para convertir ese territorio, que no llega a producir lo que sus habitantes necesitan para comer, en uno que sí. Pero claro, no ¿por qué lo van a hacer? ¿Porque a los chinos o los franceses les dio un ataque de caridad cristiana o confuciana? No. Y entonces uno dice claro, sí es cierto que es un hambre estructural. Pero la estructura de la que depende no es la estructura interna del país, es la estructura de la economía mundial que hace que estos agentes extranjeros puedan llevarse lo que ese país necesita para reconstruirse.
El hambre no es consecuencia directa de la pobreza…
En última instancia la causa principal del hambre no es la pobreza, sino la riqueza. Es la riqueza de ciertos sectores, de ciertos países como maestros que crean esa acumulación de la producción alimentaria de forma tal que hay quienes no llegan a acceder a ella. Si no hubiera esa desigualdad económica no se produciría para mercados que pagan cinco veces más, sino simplemente para venderle a tu vecino, o al que puedas. A los que lo necesitan. Por eso digo que la causa principal es la riqueza, que a su vez, obviamente, es la que crea esa pobreza que es la que hace que no se pueda comprar lo necesario para comer.
¿La pandemia hizo que empeorara la situación?
Sé que es muy raro. Yo no sé. Me impresionó lo rápido que tratamos de volver a la normalidad anterior. La pandemia nos ofrecía infinidad de estímulos para repensar cosas. Parecía que sí. Por eso nos pusimos a imaginar cómo esto nos iba a cambiar, ¿no? Pero no pasó nada. Si acaso lo que pasa en algunos casos por estas situaciones un poco extremas, mucha gente se vuelca hacia líderes entre delirantes y medio fascistas.
«No tengo duda de que todos los ordenamientos sociales en algún momento se acaban y cambian».
¿La revolución de los hambrientos?
No lo sé. Sucedió obviamente, a lo largo de la historia. La más famosa de todas, la Revolución Francesa, está representada por esa frase de María Antonieta, “si no tienen pan que coman como brioche”. Había una carestía alimentaria fortísima que fue la que inició la Revolución Francesa. Yo no creo que ahora esto sea un caso tan posible. ¿Por qué? Los que realmente tienen hambre están tan jodidos que bueno, no consiguen imaginarse un horizonte que no sea el de comer mañana y pasado. Para hacer una revolución hay que imaginar un horizonte, hay que imaginar un futuro que pudiera ser distinto. Y eso es lo que falta. Cuando estás mal alimentado toda tu vida, cuando no tienes opciones a la vista, cuando no hay quien te las plantee… Cuando los franceses salieron a la calle, ya había habido casi 100 años de gente que decía que no podía ser que hubiera un rey absoluto y que la igualdad. Y mucho antes del 4 de agosto del 89 dijeron tienen que acabarse los privilegios feudales. Nos tienen que dar comida rápido, pero además tenían la idea de que los privilegios eran insostenibles y esa idea se había construido durante mucho tiempo. Las pocas revoluciones que hubo en las últimas décadas no tuvieron que ver con el hambre, sino con situaciones políticas que estallaron de algún modo u otro. Sigo teniendo esa esperanza. No tengo duda de que todos los ordenamientos sociales en algún momento se acaban y cambian. El problema es que esos cambios necesitan algún tipo de idea previa de programa de horizonte y que esos, llamémoslos programas, no se construyen en un rato. Estamos en un momento en que no sabemos cómo querríamos que fuera nuestro futuro. Si el futuro no es promesa es amenaza.
¿Cómo se pueden hacer políticas contra el hambre?
Con respecto al hambre, no hay un problema técnico, es un problema político y económico. Es querer hacerlo y tener la fuerza política, construir la fuerza política suficiente para hacerlo. Es que nos importe. Es posible realizar ese tipo de cohesión en América Latina desde el punto de vista político como para acabar con ese problema gravísimo de la región, que es que tantos millones de personas que producen, aunque no produzcan ellos directamente, pasen hambre.