C on la aprobación en 2015 de la Agenda 2030 bien podría invocarse aquellos versos del famoso poema de Antonio Machado, «Caminante no hay camino, Se hace camino al andar». Un camino largo y no siempre sencillo que encuentra en su recorrido varios hitos desde aquella primera Cumbre de la Tierra celebrada en Estocolmo en los años setenta y su continuación, 20 años después, en Río de Janeiro, hasta el trabajo conceptual en torno a la noción de desarrollo, la necesidad de ir más allá, y la consolidación del concepto de desarrollo humano, con la aportación clave de Amartya Sen, como referentes ineludibles de este proceso.
Fue con el inicio del nuevo siglo cuando se dio otro gran salto hacia adelante. Entonces se celebró en Nueva York la Cumbre del Milenio, y los países miembros de Naciones Unidas aprobaron la Declaración del Milenio, con ocho grandes objetivos, los Objetivos del Milenio (ODM) con 21 metas y 60 indicadores, que habrían de encaminar a los países a aunar esfuerzos para erradicar la pobreza, lograr la educación primaria universal, promover la igualdad de género, reducir la mortalidad infantil, mejorar la salud materna, combatir el SIDA, garantizar un medio ambiente sostenible y fomentar una asociación mundial para el desarrollo.
Los 15 años de Objetivos de Desarrollo del Milenio dejaron un importante aprendizaje
Los ODM marcaron la agenda desde entonces hasta el año 2015, plazo en el que los países tendrían que haber logrado todas las metas planteadas. Fueron quince años de avances, pero también de límites y de aprendizajes. El debate sobre muchos de los conceptos que ya estaban en discusión, como la ayuda oficial al desarrollo, se profundizaron. También se agudizaron las voces críticas hacia el propio planteamiento de los Objetivos, cuestionando si realmente promovían una visión integral que «atacara» las causas de los problemas que asuelan al mundo o si, en verdad, suponían un paliativo sobre sus consecuencias.
Estos debates tuvieron un punto de inflexión importante en 2012 -a falta de tres años para que concluyera el plazo de los ODM- con la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible celebrada en Río de Janeiro (conocida como la Conferencia Río+20). En ella, las delegaciones de los 193 países que participaron adoptaron un acuerdo de mínimos con el documento «El futuro que queremos», y la apertura de una discusión global con la creación de un grupo de trabajo abierto a la participación de sociedad civil y a actores de distintos ámbitos, con el fin de diseñar un nuevo modelo de desarrollo orientado no solo a reducir la pobreza sino también a lograr la equidad social y garantizar la sostenibilidad medioambiental.
Un proceso que culminó en septiembre de 2015, cuando los países miembros de las Naciones Unidas se comprometieron a impulsar la más ambiciosa de las iniciativas conocidas en términos de Desarrollo: la Agenda 2030, reforzada, apenas un mes después, con la Conferencia sobre el Cambio Climático-COP21 y el Acuerdo de París, que obliga a las naciones a reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero.
Una Agenda con 17 grandes objetivos que transforma no sólo el modelo de cooperación tal y como se había conocido hasta ese momento, sino que involucra a todos los países y al conjunto de la ciudadanía y los empuja a «remar» hacia una misma dirección: la del desarrollo sostenible. Un nuevo paradigma caracterizado por, al menos, tres grandes principios: el de universalidad, rompiendo la división tradicional de países desarrollados y en desarrollo; el de integralidad, incluyendo el desarrollo social, económico y medioambiental; y el de interdependencia, aumentando el número de actores responsables.
La Agenda 2030 nos lleva a un paradigma que se caracteriza por su universalidad, interdependencia e integralidad
¿Y después de la aprobación, qué? La nueva Agenda de Desarrollo tiene un horizonte temporal claro: año 2030. Década y media (en la que el tiempo corre deprisa, ya estamos en 2017) para lograr ese mundo sostenible con, literalmente, futuro. Un plazo que apremia y que nos sitúa ante la tesitura de comenzar cuanto antes con la implementación de dicha Agenda, y a trazar los medios y las políticas que contribuirán a cumplir con los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), y sus 169 metas.
Justo en ese debate es en el que nos situamos ahora. ¿Hacia dónde estamos avanzando? Para ello, contamos con distintas voces que, desde perspectivas diferentes, nos dan claves para establecer algunos términos de diálogo.
Ignacio Martínez, del colectivo La Mundial, se pregunta sobre el grado de realismo de la Agenda y si puede considerarse, o no, un nuevo modelo de gobernanza global.
Sergio Tezanos, presidente de la Red Española de Estudios del Desarrollo (REEDES), reflexiona sobre las oportunidades que se presentan con la implementación de los ODS, pero también advierte de sus riesgos.
Por último, Teresa Ribera, co-presidenta de la Red Española de Desarrollo Sostenible (REDS), señala a Iberoamérica como una región puntera que puede encabezar este proceso, gracias a su diversidad y a la capacidad de aprendizaje de los países.
Un reto que, sin duda, merece la pena afrontar y que puede convertir a la cooperación iberoamericana en referente mundial. Un proceso en el que, como concluye Ribera, «no hay tiempo que perder».