Lo que comenzó en los años 70, como una intención de ayudar a presos en Brasil que no encontraban una salida debido a su situación, se convirtió en un proyecto exitoso del cual miles de personas tras las rejas quieren vivir.
Se trata de las denominadas cárceles APAC, iniciales que dan nombre a la Asociación para la Protección y Asistencia a los Condenados.
Las APAC son centros penitenciarios con unas reglas de juego completamente diferentes a las de una cárcel convencional. Allí no hay policías, ni armas, son gestionadas por los propios presos y presas y se minimiza cualquier tipo de trato inhumano o injusto.
Los objetivos son recuperar al preso, proteger a la sociedad y socorrer a la víctima basándose en el amor y la confianza, partiendo de la base de: “Se mata al criminal para salvar a la persona”.
Este proyecto es una respuesta a la necesidad de mejorar las condiciones de vida de miles de presos, pues Brasil tiene una de las tasas más altas de población carcelaria a nivel mundial.
De acuerdo con cifras del Centro Internacional de Estudios Penitenciarios, en Brasil existen 682.901 presos y presas, cifra que lo ubica como el tercer país con más personas encarceladas, del mundo, frente a Estados Unidos (2.121.600) y China (1.649.804).
Hoy 48 centros están en funcionamiento y 72 están en proceso de implementación. Otros países como Colombia, Chile y Ecuador están llevando a cabo este modelo en algunas de sus cárceles. Además, en marzo de este año el Foro Económico Mundial premió a Valdeci Ferreira, director ejecutivo de la Fraternidad Brasileña de Asistencia a los Condenados (FBAC), que dirige las APAC, como Emprendedor Social del Año en Latinoamérica debido a su trabajo.
Dignificando a los presos
A comienzos de los años 70 un grupo de cristianos, liderados por Mario Ottoboni, se implicó en el trabajo de la pastoral de prisiones en Sao Paulo para acompañar a los presos de la cárcel de Sao José dos Campos. Su preocupación inicial era ayudar a aquellos presos que cumplían condena, quienes vivían en carne propia condiciones inhumanas.
Su labor se tornó decisiva después de que un juez les solicitó gestionar, por primera vez, una prisión completa en la ciudad de Itaúna. Ésta se convirtió en la primera APAC de Brasil y hoy sigue siendo una referencia para todo el país.
Esta primera experiencia a gran escala, generó un cambio en algunos jueces, políticos y poderes económicos; pero sobre todo un cambio en la opinión de la gente común.
No se concebía que el preso debía tener una consideración humana, sino que se aceptaba que el tiempo de condena era un tiempo de castigo y sufrimiento. No una acción restaurativa, sino simplemente punitiva.
Aquí entra el hombre, el crimen queda fuera
Cuando se habla con una persona presa en un centro APAC, tarde o temprano se escucha la misma afirmación: “Aquí me llaman por mi nombre”. Y lo cierto es que además no hay números ni uniformes.
APAC está reconocido actualmente como órgano auxiliar del Poder Judicial, y en calidad de tal ha recibido de diferentes jueces la autorización para administrar autónomamente numerosas cárceles.
Los centros penitenciarios de APAC, por tanto, se atienen absolutamente al sistema legal establecido en Brasil y forman parte del sistema penitenciario brasileño.
Los presos y presas son quienes solicitan al juez correspondiente la entrada en un centro de APAC. En el caso de que se decida derivarles a uno de estos centros, los detenidos firman una serie de compromisos muy exigentes. En caso de no cumplirlos, pueden ser devueltos a la cárcel común.
Hay lista de espera para entrar en estos centros, y aunque la decisión de que un preso sea enviado a uno de ellos es, en última instancia, del juez, existen unos criterios objetivos para la selección de los condenados: el detenido debe tener una condena definitiva y firme, su familia debe residir en la misma ciudad o área en la que se encuentra el centro de APAC donde cumplirá condena y tienen prioridad quienes hayan cumplido más tiempo en la cárcel.
Trato humano
En los centros de APAC no hay “encarcelados”. Las personas que cumplen aquí su condena son definidas como “recuperandos”, porque el propósito de APAC es colaborar en la recuperación de la vida de estos hombres y mujeres, en su reconstrucción interna. Tampoco tienen uniforme, no están bajo la supervisión de policías y no hay armas para hacer control en los centros.
Frente al problema del hacinamiento, las APAC proponen un modelo de reclusión “descentralizado”, que se caracteriza por dos elementos: son centros de reclusión de dimensiones razonables y no masificadas, y los reclusos deben estar cerca del lugar donde viven sus familias. Este modelo ha dado lugar a lo que en APAC se denominan Centros de Reintegración Social, de dimensiones relativamente reducidas, normalmente destinadas a un número no superior a 200 detenidos.
Todo, pensado para el bien
La mayoría de las personas presas llegan física y psicológicamente dañadas. La tarea primordial es la de “recuperar”. Una de las máximas es que “nadie es irrecuperable”, no existe la palabra NUNCA.
El orden que reina en los patios, en los almacenes, en la cocina, en las celdas llama la atención.
En los centros APAC todo está organizado, hay un horario para el trabajo, la lectura, el diálogo, comer… El orden armoniza con la belleza. Las paredes están limpias y en todos los espacios comunes se leen frases positivas que alientan a la libertad y constituyen una ayuda para su memoria.