El feminismo ha sido y es el movimiento punta de lanza por la igualdad, la diversidad y la inclusión. La ecología implica una mirada a la naturaleza entendida como un sistema que opera a modo de casa común. Nacido de la combinación de ambas nociones en la década de los 80, el ecofeminismo integra desde su núcleo los principios de sostenibilidad para abordar el cambio climático y la posibilidad de una cultura de paz.
El trabajo de Alicia Puleo, nacida en Buenos Aires y residente en Valladolid, España -en cuya Universidad ejerce la cátedra de Filosofía Moral y Política y dirige el curso online “Ecofeminismo: pensamiento, cultura y praxis”- fue asumido como base teórica por la Red Ecofeminista creada en Madrid en 2012.
Filósofa, profesora y escritora con obra publicada en múltiples países de Iberoamérica y Europa –Ecofeminismo para otro mundo posible (Cátedra, 2011), Claves ecofeministas (Plaza y Valdés, 2019), Ideales Ilustrados (Plaza y Valdés, 2023), entre otros- en 2020, el Senado de la República Argentina, le concedió la distinción “Berta Cáceres” por sus aportaciones a la filosofía ecofeminista.
Ni todas las mujeres son feministas, ni todas las personas feministas son mujeres. ¿Sucede algo similar en la relación feminismo-ecología: ni todas las feministas tienen una conciencia ecológica ni quienes son ecologistas son necesariamente feministas?
Ambos son movimientos progresistas que forman parte de una especie de galaxia de ideas correctas. Yo creo que, así como hay feministas que no ponen el foco en la conciencia ecológica, existen muchos ecologistas que tampoco han desarrollado una sensibilidad feminista, aunque en los últimos años es muy cierto que existe un acercamiento por un lado y por otro.
Berta Cáceres representa tanto la lucha de los pueblos indígenas como la noción ecologista de que la tierra ha de ser preservada».
¿Qué peculiaridades adquiere el ecofeminismo según las distintas realidades de Iberoamérica?
“Mapear” los ecofeminismos y su arraigo en los distintos países es más bien una tarea de la sociología, pero sí puedo hablar de que el movimiento se encuentra en eclosión. Desgraciadamente lo está porque la realidad muestra insistentemente la evidencia de una crisis ecológica y climática brutal. Se ha producido tal aceleración en el desequilibrio natural que aquello que según la ciencia podría llegar a ocurrir en 30 o 40 años, está sucediendo ahora. Las personas empiezan a ser conscientes de ello y, por supuesto, el movimiento feminista entendido de forma genérica se aproxima cada vez más al ecologismo y a la preocupación por la sostenibilidad.
Dentro del propio ecofeminismo hay una gran división de aguas entre las teorías más ecosistémicas y aquellas que también se mueven por la conciencia del Otro animal.
En el contexto iberoamericano encontramos mujeres indígenas que luchan por el territorio, defendiendo con su propio cuerpo el “cuerpo tierra”, como es el trágico caso de Berta Cáceres. Ella es la figura que representa tanto la lucha de los pueblos indígenas como la noción ecologista de que la tierra ha de ser preservada.
Pero también se ejerce el ecofeminismo en el hacer cotidiano desde ámbitos urbanos con prácticas como el reciclado, el aprovechamiento o la reutilización y desde la educación. Los tipos de ecofeminismo dependen del contexto y de las necesidades inmediatas. Me gusta mucho una reflexión que hace Voltaire en su obra Cándido y que más tarde retoma Simone de Beauvoir que habla de cultivar nuestro jardín. Es imposible dar solución desde lo personal a los problemas del mundo, pero actuar sobre el propio espacio es importante para preservar el futuro.
¿Existe una educación ambiental apropiada?
La educación ambiental todavía es muy instrumental, muy androcéntrica y le falta incorporar una vinculación emocional que enseñe a amar la naturaleza. También es importante visibilizar a las mujeres que consiguen logros y que constituyen modelos de referencia. Las mujeres no deben aparecer solamente como víctimas.
La pandemia planteó una reflexión sobre la realidad material de un planeta finito y sus interconexiones, pero los acontecimientos actuales parecen insistir en el modelo económico extractivo basado en lo geopolítico, el armamento, el petróleo y el gas vinculados al mundo patriarcal. ¿Cómo se contempla este momento desde el ecofeminismo?
Con el modelo de homo oeconomicus, la globalización neoliberal continúa intensificando la destructiva práctica extractivista y la mercantilización de la naturaleza humana y no humana.»
Es evidente que vivimos un período de reacción patriarcal. Se trata de un momento similar al de la aparición del ecofeminismo, que surge durante la Guerra Fría ante el temor a una guerra nuclear. Ese temor continuo a una Tercera Guerra Mundial con armas nucleares hiperdestructivas parecía haber desaparecido y en los últimos dos años lo hemos recuperado. Nos encontramos en una situación de retroceso que vuelve a generar los temores que movieron a ecofeministas como Petra Kelly a plantear el pacifismo como una de las bases del ecofeminismo que es, ante todo, una cultura de paz con la naturaleza y entre los seres humanos. ¿Que eso es utópico? Sí, lo es. Utópico es aquello que no tiene lugar porque aún no ha sucedido. La cuestión radica en trabajar para que sobrevenga, para que marchemos hacia ese horizonte distinto.
Hay fuerzas y tendencias que se apoyan en sectores de la población joven masculina que insisten en el camino de una virilidad violenta y patriarcal”.
El feminismo y el ecologismo son los puntos de ataque clave que los movimientos negacionistas del cambio climático tienen en su agenda. Se ha comprobado cómo en procesos electorales recientes el voto femenino ha operado como un dique de contención en la difusión de esas ideas. ¿Cómo lo valoran desde la red ecofeminista?
Es natural que esto suceda cuando las conquistas del feminismo se ven amenazadas. El feminismo ya ha conseguido entrar en los esquemas mentales de muchas personas, ha alcanzado una escala masiva. Las ideas feministas se han normalizado de tal manera que existe una especie de olvido acerca de que los avances se han conseguido hace relativamente poco. Parece que sus logros hubieran estado siempre ahí, cuando se alcanzaron recientemente y a costa de mucha lucha.
Hay fuerzas y tendencias que se apoyan en sectores de la población joven masculina que insisten en el camino de una virilidad violenta y patriarcal que, por supuesto, no todos los jóvenes aceptan, y que evidencian ese retroceso.
Hoy, casi toda discusión se convierte en un enfrentamiento y esa es una sensación que hace unos años no existía y que pone en riesgo la libertad de expresión. Esto me preocupa mucho y por eso he escrito Ideales ilustrados [publicado en enero de 2023] en el que reivindico algunos ideales de la Ilustración que se están olvidando como la crítica al colonialismo de muchos pensadores, el reconocimiento de derechos y libertades y la aspiración a la igualdad. Sin la Ilustración, el feminismo no habría tenido lugar.
Desde el punto de vista ecofeminista, ya he planteado en este y en otros libros anteriores que lo que debemos desarrollar es un enriquecimiento mutuo de las culturas. Abandonar la arrogancia occidental, por supuesto. Pero también entender que toda cultura tiene errores y problemas, que debe mejorar y que la mejora solo se produce mediante el diálogo con otras tradiciones. Toda cultura tiene elementos que aportar y que aprender. Se trata de dar y recibir. Hay culturas indígenas que son mucho más sabias en su relación con la naturaleza que la occidental, que se ha desarrollado de una forma excesivamente antropocéntrica.
E irracional, quizá también.
Efectivamente, irracional en cuanto a creer que la naturaleza era absolutamente infinita en sus bienes y que se podía explotar sin límites. Eso es irracional comparado con la aproximación de culturas indígenas cuyo ideal de vida es una relación de calidad y armonía con la naturaleza que no contempla el planeta como objeto de extracción y consumo.
Las buenas causas tienen que apoyarse mutuamente y no excluirse. Las formas de no violencia deben confluir”.
¿Aborda el ecofeminismo la cuestión del consumo responsable?
Hoy el consumo es casi una ideología cuya función es mover los mecanismos infraestructurales y económicos neoliberales.
Los patrones de consumo han cambiado: de adquirir artículos de calidad que duraban mucho tiempo y eran un indicativo de estatus, ahora se impone un usar y tirar absolutamente insostenible convertido en casi una adicción. La industria textil, por ejemplo, resulta altamente destructiva por los materiales que emplea, por sus procesos de fabricación y por los deshechos contaminantes que genera.
Si las jóvenes y no tan jóvenes entendieran que ahí tienen una acción ecofeminista que desarrollar sería algo muy interesante.
Acaba de aparecer la cuarta edición de una de sus obras más populares, Claves ecofeministas. ¿Cuáles son esas claves y cómo han de ir renovándose para que las nuevas generaciones puedan tener acceso a su pensamiento?
Fundamentalmente, sostengo que los estereotipos de género tienen que cambiar. El estereotipo patriarcal de la virilidad es dañino porque está basado en formas de dominación y destrucción de la naturaleza. Pensemos, por ejemplo, en la caza deportiva. Muchos jóvenes critican esos arquetipos y los están abandonando. Ahí, por ejemplo, el movimiento animalista es importante porque implica una nueva mirada, una sensibilidad hacia los otros animales. Digo los otros animales porque también nosotros lo somos, aunque hayamos pretendido no tener nada que ver con ellos negándoles el derecho a la vida o la compasión ante su sufrimiento. Ahí existe una gran labor que realizar y hay muchas mujeres implicadas en ello.
Pero incluso dentro del propio feminismo existe cierta molestia, cuando no burla, hacia comportamientos relacionados con el animalismo.
Sí, así es. Conozco esa indignación que surge cuando, por ejemplo, en las redes alguien protesta por un maltrato animal y enseguida alguien replica ¿por qué no protestan por las mujeres maltratadas? Las buenas causas tienen que apoyarse mutuamente, no excluirse. Las formas de no violencia deben confluir.
Además, el consumo de carne alimenta una de las industrias que más impacto tiene sobre el planeta. ¿Acabarán por derribarse esas barreras o discusiones internas entre el feminismo y el ecologismo?
Hay varias formas de crítica al patriarcado. Una es la crítica al sexismo, a la exclusión de las mujeres. El feminismo ha exigido nuestra inclusión en todo, pero, por otro lado, ocurre que hay algunos aspectos de la sociedad que son altamente patriarcales. ¿Tenemos entonces que conformarnos con pedir nuestra inclusión en esos espacios? Yo creo que, además de ocupar los lugares que nos corresponden, como mitad de la humanidad que somos, tendríamos que aportar esa mirada periférica que muchas tenemos e introducir cambios en esa misma sociedad. Hace unos meses he visto demandas de los grupos feministas para participar en fiestas patronales libres de violencias machistas. Por supuesto que hay que reivindicar el derecho a no ser agredidas, pero esa demanda de participación lleva implícito el derecho a agredir a animales, que es una costumbre ligada a muchas fiestas populares. La visión antropocéntrica solo ve la violencia cuando está dirigida a un ser humano, pero no contempla la que se ejerce hacia otros animales que sienten el dolor y sienten el pánico. A mí me parece muy poco crítico pedir solo la igualdad y que una feminista no sea capaz de ver que ahí hay un ingrediente androcéntrico que acepta como normal lo que es una dominación.
¿Ese ejemplo primario de las fiestas patronales sería trasladable a los modelos económicos y de relación social?
El ecofeminismo apela a transformaciones importantes que permitan el paso de un modelo destructivo a un modelo sostenible. Las desigualdades Norte-Sur también se reproducen internamente en las sociedades y el ecofeminismo habla de superar todas las dominaciones como vía para plantear otro modelo de sociedad.
La dopamina es muy poderosa y como especie estamos codificados para la recompensa inmediata, algo incompatible con un pensamiento a largo plazo. ¿Cuesta pensar más allá del tiempo de una vida humana?
La contaminación ambiental, por ejemplo, fue uno de los temas iniciales de los que se ocupó el ecofeminismo. Costó trasladar esa preocupación, que ahora está mucho más generalizada, porque el resultado no se percibía de manera inmediata. Los daños tardan en aparecer, pero inexorablemente llegan. El tiempo que transcurre entre el hecho y el resultado hace que sea más difícil de percibir la relación causa-efecto. Pero ya ni siquiera podemos hablar más allá del tiempo de una vida humana porque ahora los tiempos se han acortado. Unos factores ecosistémicos disparan determinadas relaciones entre distintos aspectos del ecosistema que están acelerando el cambio climático. Ya no se trata de las generaciones futuras, sino de ahora. Nosotras lo vamos a ver. Lo estamos viendo.
¿Qué aproximación al decrecimiento tiene el ecofeminismo?
Es un modelo de solución bastante reciente que surgió como teoría y como movimiento, sobre todo en Francia. No parte del ecofeminismo, pero el acercamiento ha sido inevitable y desde el movimiento decrecentista se reconoce la labor pionera de las ecofeministas. El decrecimiento está basado fundamentalmente en reducir la energía que se consume y en organizar hábitos que reduzcan la huella de carbono sin por ello disminuir la calidad de vida. Lo que el ecofeminismo puede aportar es un modelo de vida buena en el sentido de vida feliz compatible con el decrecimiento.
Filosofía, feminismo y ecologismo. ¿Cómo llega usted a los tres ámbitos?
Pienso que, hoy en día, para hacer filosofía tienes que interesarte por la ciencia: biología, neurociencia, etología…. No puedes hacer filosofía con ideas científicas del siglo XVI o del siglo XIX. Todo ha cambiado mucho. Hay nuevas disciplinas que impactan en el ser humano y el planeta y el filósofo debe interesarse por ellas. Son, además, tan interesantes, que no me ha supuesto un esfuerzo. Llegué al feminismo cuando a los 18 años me regalaron El segundo sexo de Simone de Beauvoir. Entendí que filosofía y feminismo caminan de la mano.
En la década de los 80 formé parte del seminario “Feminismo e Ilustración” creado por Celia Amorós, pionero en llevar el feminismo a la filosofía. [Para Amorós, el feminismo, hijo de la Ilustración, es la vindicación de la salida de las mujeres del mundo de «las idénticas» para alcanzar el estatus de individuo propio del ámbito de «los iguales»]. Fueron años muy apasionantes y en los años 90 empecé a leer a autoras ecofeministas que despertaron en mí un terreno predispuesto. Mi familia materna, procedente de Asturias, era naturista y al leer ecofeminismo se reactivaron en mí toda una serie de ideas que yo había mamado directamente. No eran exactamente iguales, pero tenían mucho que ver con esa tradición de cuidar la salud y procurarse una vida sencilla como clave de la felicidad.
Hay muchos futuros posibles, pero la situación actual nos decanta hacia una serie de futuros probables no muy prometedores. ¿Cuál sería su futuro deseable?
Ante el futuro probable, yo recordaría las palabras de Petra Kelly cuando decía que el patriarcado desenfrenado y terminal nos conduce a la guerra, al holocausto nuclear o a la catástrofe ecológica y que es necesario cambiar el rumbo. Ante esa probabilidad, mi futuro deseable sería el de un mundo donde exista una cultura de paz, donde la voluntad de poder patriarcal que se expresa de tantas maneras y todas las formas de dominio sobre los otros y sobre la naturaleza, se transformen en una relación armónica y sea posible una vida digna para todas y todos, incluyendo a los animales no humanos.