“La adicción a los combustibles fósiles enferma nuestras economías. Cuanto más rápido se reduzca esta dependencia, antes resolveremos tanto el desafío económico como el ambiental”. Así de contundente fue el mensaje de Carlos Alvarado Quesada, presidente de Costa Rica, durante un encuentro en la sede de la Secretaría General Iberoamericana (SEGIB) en el marco de su visita a España a finales de marzo.
En medio de una tormenta perfecta con tres crisis que confluyen: la tensión en los mercados energéticos por la guerra en Ucrania, los devastadores efectos económicos de la pandemia y la emergencia climática, “hoy nuestro principal problema de seguridad es la dependencia de combustibles fósiles, no solo por las tensiones geopolíticas sino porque estamos destruyendo nuestro planeta”, afirmó el presidente del país que produce el 99% de su electricidad con fuentes renovables y ha hecho de la agenda verde una seña de identidad.
Si de las grandes crisis surgen las grandes respuestas, ¿significa que llegó el momento de acelerar la transición hacia energías renovables? La clave estará, tanto en las decisiones que se tomen hoy como en la visión de largo plazo que tengan los países.
América Latina tiene un 33% de participación de fuentes renovables en la producción primaria de energía, pero también una alta dependencia de combustibles fósiles para la generación eléctrica
El actual contexto internacional podría acelerar las transiciones energéticas hacia sistemas con mayor peso de energías renovables, pero el cambio no será inmediato y dependerá de la realidad de cada país. Los países latinoamericanos presentan escenarios dispares en cuanto a disponibilidad de recursos, acceso tecnológico y principalmente, acceso a financiamiento, explica Alfonso Blanco, secretario ejecutivo de la Organización Latinoamericana de Energía (OLADE).
Países con más recursos fósiles y menos acceso a financiamiento tendrán transiciones más moderadas y objetivos de descarbonización menos ambiciosos. Algunos gobiernos podrían plantearse la neutralidad total en las emisiones de Co2, mientras que otros simplemente buscarán reducir su huella de carbono, destaca Blanco.
Los países más dependientes de las importaciones de petróleo y gas tienen más incentivos para moverse hacia energías limpias en un contexto de incremento de precios del crudo, mientras que los productores y exportadores de combustibles fósiles estarían ante la tentación de beneficiarse de una escalada de precios en un corto y medio plazo.
América Latina es una de las regiones del mundo con más potencial de fuentes de energías limpias en la generación eléctrica, con 33% de participación de renovables en la producción primaria de energía (principalmente hidroeléctrica y biomasa), en comparación con el promedio mundial de apenas 13%. Sin embargo, según datos de OLADE, la región tiene también una alta dependencia del petróleo, que representa un 30% de su matriz energética primaria.
El actual contexto internacional podría acelerar las transiciones energéticas hacia sistemas con mayor peso de energías renovables, pero el cambio no será inmediato
Por tanto, estamos ante una transición energética a diferentes velocidades y un camino en el que confluyen diferentes variables que trascienden la voluntad política y la urgencia económica y ambiental.
Los desafíos
Las buenas intenciones de avanzar hacia una electricidad limpia en Iberoamérica chocan de bruces con barreras de infraestructura, tecnología, regulación, debilidad institucional y limitaciones económicas y financieras.
“Los países con economías más inestables tienen menores flujos de inversión, tanto extranjera como local, para concretar nuevos proyectos de energías limpias. Los Estados deben crear condiciones atractivas para proyectos de energía renovable, pero también es crucial el compromiso de actores privados”, subraya el secretario ejecutivo de OLADE.
También la comunidad financiera internacional debería hacer más para cumplir lo prometido en cuanto a las inversiones por el orden de los 100.000 millones de dólares anuales en proyectos de energías limpias, comprometidos en las Cumbres del Clima. “Doce años después, seguimos viendo que estos compromisos no se están implementando”, subraya Blanco.
Pese a estas dificultades estructurales, América Latina está cerca de lograr la meta del 70% de generación eléctrica renovable, establecida por la RELAC, una iniciativa de 15 países de América Latina y el Caribe, impulsada por Colombia, Costa Rica y Chile, junto con el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y la Organización Latinoamericana de Energía (OLADE).
En 2021, la región alcanzó en promedio más del 61% de renovabilidad en su capacidad instalada de generación eléctrica, según datos de OLADE.
Lograr en América Latina un 70% de renovabilidad en 2030 requeriría instalar en la próxima década 151 gigavatios adicionales de energía a partir de fuentes renovables y retirar de operación 72 gigavatios de centrales térmicas, calcula el secretario ejecutivo de OLADE.
Estas nuevas capacidades renovables que faltan para alcanzar el objetivo representan un 90% de la capacidad actual de Brasil o casi el doble de la capacidad instalada de México, contextualiza Blanco.
Las oportunidades
El “Panorama Energético de América Latina y el Caribe”, el libro blanco del sector publicado por OLADE, concluye que la energía puede convertirse en uno de los motores de la recuperación económica con sostenibilidad ambiental. En esa misma línea, el presidente de Costa Rica instaba en Madrid a “movernos hacia modelos económicos basados en la conservación y no en la depredación ambiental”.
Fue precisamente el hoy ministro de Ambiente y Energía costarricense, Rolando Castro quien durante la Semana Medioambiental Iberoamericana explicaba en septiembre de 2021 el papel de las energías renovables enmarcadas en una transición económica verde.
Además de la diversificación de la matriz energética, que en un contexto como el actual ayudaría a reducir la dependencia de combustibles fósiles en mercados altamente volátiles, la transición permitiría reducir paulatinamente el precio final de la electricidad, además de fortalecer la integración eléctrica regional con las energías limpias como incentivo.
Asimismo, según Rolando Castro, ese cambio de modelo energético reduciría la vulnerabilidad de la región al cambio climático, permitiría apostar por la innovación tecnológica, el intercambio de conocimiento, así como integrar energías limpias a la industria o al transporte, sectores siguen siendo muy dependientes de los combustibles fósiles.
Todas las fuentes consultadas coinciden en el gran potencial de América Latina para la inversión en energías renovables, por su abundancia de recursos hídricos, eólicos y solares, la existencia de una creciente demanda eléctrica que no es satisfecha con fuentes tradicionales y porque existe un mercado financiero dispuesto a invertir en proyectos rentables de energías limpias. Solo falta que los recursos y la voluntad política acompañen una recuperación en sintonía con el desafío medioambiental.