Noemí Martínez gasta entre ocho y diez horas de su día durante todo un mes para poder hilar un poncho, por el que, como mucho, pedirá 200.000 pesos colombianos (unos 60 euros), una cantidad que apenas le vale para costear el material, aunque poco importa porque lo tiene claro: “lo hago por cariño a la lana”.
Forma parte de un grupo de siete mujeres y dos hombres que llevan tres años trabajando juntos y quienes, reunidos en un local cedido por el ayuntamiento de Tenjo (Cundinamarca, Colombia), intentan “rescatar” las formas tradicionales de tejido y esquilado de la lana de oveja.
Con el apoyo del Ayuntamiento de Tenjo y de Artesanías de Colombia, exitosa iniciativa del país sudamericano que forma parte del programa de cooperación iberoamericana Iberartesanías, esta hilandera colombiana logra seguir las técnicas y el modo de vida de sus padres y abuelos.
Desde la Cumbre Iberoamericana de presidentes y jefes de Estado de 2012, Ibertesanías promueve la elaboración de políticas públicas de promoción de las artesanías iberoamericanas y la mejora de competitividad de las empresas artesanas.
“Nos han dado un apoyo muy grande, nos compraron la rueca y nos dejan este local”, cuenta la artesana mientras sigue conformando un ovillo marrón con la destreza propia de quien lleva desde la infancia en contacto con estos tejidos.
Las hilanderas comparten edificio junto a otras mujeres artesanas en la plaza principal de Tenjo
Noemí, que se toma su tiempo para explicar todos los procesos que ha de pasar la lana hasta llegar a ser una prenda de ropa, asegura que además de ayudas públicas lo que les vendría muy bien es asociarse con otros productores para conseguir mayores márgenes de beneficio.
Pese a que “hasta ahora” no haya conseguido ganar suficiente dinero como para obtener muchos beneficios, sí lo han hecho varias de sus compañeras, que “pueden ayudar en la casa” con los ingresos de las ventas.
Las hilanderas comparten edificio en la plaza principal de Tenjo con otras artesanas que trabajan piedras y metales preciosos para hacer joyas, otras que moldean madera para crear utensilios de cocina o elementos decorativos y también las que se preocupan por ofrecer alimentos tradicionales, locales y ecológicos.
Sandra Briñes, perteneciente a una asociación de mujeres campesinas que centran su trabajo en el cultivo y el proceso de la quinoa, explica que llegaron a ser 25 mujeres cuando comenzaron con esta actividad empresarial.
En un proceso meticuloso y lleno de cariño en el que las mujeres se encargan del cultivo, la recogida, el tratamiento, el empaque y la venta en la tienda que debido a la demanda ya abren también entre semana, la quinoa, base de la alimentación de muchos pueblos andinos, encuentra decenas de presentaciones y usos en este espacio de Tenjo.
Se tratad de un proceso meticuloso y lleno de cariño en el que las mujeres se encargan de todo
“Tenemos harina, pasta, galletas, granola, quinoa en grano…” enumera de memoria Sandra, quien no desaprovecha la oportunidad para recordar el potencial de este super cereal del que dicen que tiene una carga proteínica semejante a la carne y el pescado.
Y pese a que es consciente de que esta actividad “es muy buena para una y para ayudar a la familia”, se muestra más preocupada por que sus vecinos conozcan los beneficios del producto.
“Yo la como mucho y mi bebé también, la consume en harina o biberones, es un gran alimento y además nos ha dado la oportunidad a las mujeres de poder trabajarla y vivir de ello”, celebra orgullosa.