La tecnología acelera la transformación de los sistemas agrícolas y alimentarios, pero todavía no alcanza a la mayor parte de la producción, que está en manos de agricultores con explotaciones familiares. Un 70 por ciento de los alimentos del mundo los produce la agricultura familiar, de los cuales alrededor de un 40% se cultivan a muy pequeña escala, en terrenos de menos de dos hectáreas. “El problema no es la falta de tecnología, sino su distribución; lo que hay que mejorar es el acceso”, advierte Gabriel Ferrero, embajador de España en Misión Especial para la Seguridad Alimentaria. El experto pone el foco en la agricultura de menor dimensión porque no sólo es mayoritaria, sino que “normalmente tiene muchísimo margen de mejora en su productividad”.
El mayor margen de mejora se registra en África, mientras que Asia “ha dado un salto fuerte en tecnología y también en su acceso”, destaca. Los sistemas agroalimentarios de América Latina y el Caribe, que constituyen el mayor exportador neto de alimentos del mundo, tienen pendiente ampliar los procesos de digitalización e innovación para que la región materialice las posibilidades que le ofrece la AgTech. “Sin un apoyo decidido de las administraciones públicas a estos emprendimientos, sin la participación del sector privado y sin instrumentos financieros de soporte será difícil que la región despliegue todo ese potencial”, advierte el Secretario General Iberoamericano, Andrés Allamand, en el informe ‘El Ecosistema Agtech y Foodtech en Iberoamérica: Oportunidad Local y Liderazgo Global’, presentado por la SEGIB en noviembre de 2023. Este documento analiza los retos del sector agroalimentario en la región y la importancia de la tecnología para mejorar la productividad, la seguridad alimentaria y la sostenibilidad ambiental. Una de sus conclusiones es que las 36 empresas de AgTech y FoodTech analizadas tienen un impacto directo en la reducción del hambre y en el avance en seguridad alimentaria.
Para que este efecto alcance a las explotaciones familiares, el embajador Gabriel Ferrero propone combinar las tecnologías más innovadoras con “otras muy adaptadas a la realidad de cada lugar y a la realidad social y económica de los productores”. Es lo que ha funcionado en Bangladesh, país que visitó hace poco el Instituto de Tecnología para conocer lo que hay detrás de este “milagro reciente de la agricultura”. “Hace pocas décadas asociábamos Bangladesh a las hambrunas y ahora ha superado ese déficit de alimentos y ya los exporta. Y parte de esa enorme revolución ha sido con una tecnología que podríamos denominar ‘de herrero’, es decir, pequeña maquinaria accesible económicamente y reparable por, digamos, un herrero local”, explica.
Productiva, pero también sostenible
De la nueva tecnología agrícola ya no se espera que responda sólo al criterio de la máxima productividad, como en los últimos 30 años, sino que debe ser también sostenible y contribuir a la resiliencia climática. “En estas tres décadas, el paradigma del éxito era la mayor producción por hectárea, con cierta independencia del impacto en el medioambiente”, recuerda Ferrero. Y prosigue: “Esa es una de las razones por las que la agricultura tiene un impacto ambiental elevado: en la biodiversidad, con el agotamiento de los suelos, a través del consumo de agua y con sus emisiones climáticas”. La nueva tecnología agraria tiene una naturaleza muy diferente por la expectativa y el requisito de que sea al mismo tiempo sostenible. “Las técnicas agroecológicas del manejo de suelos y de la biodiversidad los regeneran de manera natural y no contaminan el agua”, pone como ejemplo el experto, que presidió el Comité de Seguridad Alimentaria Mundial de las Naciones Unidas desde octubre de 2021 hasta noviembre de 2023.
“La transición ecológica tiene que ser justa y para ello la tecnología es uno de los elementos más importantes”
El campo de despliegue es amplio: tecnología para mejorar la eficiencia en el uso de los recursos, con variedades más adaptadas al cambio climático y que consuman menos nutrientes y agua; tecnología de manejo del suelo y de la biodiversidad, tecnología del riego o tecnología del uso de la información y de los datos para mejorar la producción. “La transición ecológica tiene que ser justa y para ello la tecnología es uno de los elementos más importantes”, defiende Ferrero.
Una de las claves para lograr este equilibrio entre lo productivo y lo sostenible es la adaptación al terreno, tanto de los cultivos como de la tecnología para mejorarlos. Otro elemento fundamental es que estas transformaciones, aunque son apremiantes desde el punto de vista de la seguridad alimentaria y de la resiliencia climática, requieren de un proceso que no es inmediato. “La transición agroecológica de la agricultura y los sistemas alimentarios no se puede hacer de la noche a la mañana, y tampoco significa que todas las producciones pasen a ser a pequeña escala y muchísimo menos de manera inmediata”, describe Ferrero. Y añade: “Hay ejemplos de algunos países, como Sri Lanka, que han tenido rotundos fracasos con un impacto muy fuerte en el hambre, que se multiplicó por varios dígitos, al pretender hacerlo de una manera instantánea. En ese caso fue al intentar eliminar la agricultura química, digamos, por decreto”.
El embajador defiende la necesidad de que este impulso de la Agtech, de la tecnología aplicada al servicio de la mejor agricultura, se acompañe con políticas y fondos públicos, para asegurar que sea “más accesible y pueda ser distribuida democráticamente” entre todos los actores que componen el mapa de la agricultura global, donde las explotaciones familiares son mayoritarias y tienen más difícil acceder y manejar los nuevos avances de la técnica en el sector. “Que los beneficios de las nuevas tecnologías agrarias alcancen a la mayoría de los productores, que son pequeños y medianos agricultores, es fundamental para aumentar la llegada de alimentos de calidad a los mercados locales y regionales, y generar asimismo un efecto de reducción de las desigualdades y la pobreza”.