“¿Qué podíamos hacer?”, se preguntó Gabriela Sonnleitner, directora del hotel, y su equipo, al ver lo que estaba sucediendo con todas esas personas que huían de la guerra de Siria y a las que no se les ayudaba a encontrar una salida a su situación. La respuesta la encontraron en una antigua residencia de ancianos de los años setenta, propiedad de Cáritas, y que estaba sin usar desde el 2012. La transformaron en un hotel. Un lugar de paso en el que bajo el mismo techo cohabitan diferentes tipos de viajeros; los que lo hacen por placer (los huéspedes) y los que se ven obligados a salir por la puerta de atrás (los trabajadores) por culpa de las guerras, la intransigencia y la opresión. Todo esto está muy presente en el Magdas, donde sus empleados suman 16 nacionalidades y hablan 27 lenguas.
Se buscan refugiados. Razón: Magdas Hotel
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