El tiempo vuela al conversar con Nadine Gasman, una mujer serena y firme que habla con la certeza de que sin las mujeres no hay paz duradera. Esta cirujana mexicana-francesa, feminista y diplomática, además de experta en salud pública es la Presidenta del Instituto Nacional de las Mujeres de México (INMUJERES) y lidera, desde su creación hace un año, la Red Iberoamericana de Mujeres Mediadoras. Cuando las reivindica, sin abandonar la sonrisa, una no puede sino escuchar… y aprender: ha sido representante de ONU Mujeres en Brasil, su experiencia en derechos humanos y de las mujeres, y en particular contra las violencias que contra ellas se ejercen, es referencia internacional. Con el ejemplo de las que en las comunidades locales contribuyen a la paz, Gasman enfatiza la necesidad de fortalecer la gobernanza y capacitar a mujeres mediadoras pero también destaca la importancia de que su trabajo sea reconocido y apoyado por las instituciones y organizaciones internacionales. Para la doctora es crucial que ellas estén presentes en todos los espacios de toma de decisiones para asegurar soluciones más inclusivas y efectivas, pero también para la prevención.
En todos los conflictos, sean guerras declaradas o no, las mujeres suelen ser las más vulnerables, ¿por qué se las deja fuera a la hora de negociar la paz?
Ahí está el corazón del problema. Socialmente, las mujeres hemos tenido un rol que está determinado por nuestra biología, esta idea de género: «lo público para los hombres, lo privado para las mujeres». Los hombres son los que entienden el mundo, los que hacen el mundo y las mujeres las que lo sufrimos. Si como sociedad no ves la totalidad de los miembros que la integran y su diversidad, si no ves la diferencia de poder que hay entre unos y otros y no lo tomas en cuenta, estás como ciego. Yo cada vez que reflexiono sobre lo que contribuimos las mujeres al espacio público, me pregunto ¿cómo puede ser que la sociedad como tal no diga: aquí faltan las mujeres en toda su diversidad. Aquí faltan los pueblos indígenas, aquí falta el colectivo LGBTQ. O sea, ¿cómo podemos seguir haciendo política en el siglo XXI con esa ceguera que hace que saquemos de la ecuación, del análisis de las causas, de las consecuencias, de las soluciones, a la mitad de la población? Es un tema religioso, es un tema económico, es un tema de todo, incluyendo las relaciones de género que hay en las sociedades.
Hay incluso una resolución de Naciones Unidas, la 1325, que no se aplica. ¿Por qué no se aplica esa resolución? ¿Por qué se ignora esa mitad de la población?
¿Qué está cambiando?
Creo que, aunque no se vea, las mujeres desde siempre hemos tenido un papel central en el mantenimiento y el establecimiento de la paz, especialmente a nivel comunitario. Y esto que debería ser lo normal: «somos todos iguales», no entra. Y por eso, la de las mujeres para demandar y exigir esta igualdad.
[Porque por contra] sí ha habido un espacio mayoritariamente masculino de hombres que hacen la guerra en los cuerpos de las mujeres y en las vidas de los niños y las niñas. Las mujeres hemos tenido que irrumpir para decir: estos conflictos, esta falta de paz, tiene un impacto diferenciado entre hombres y mujeres. Por eso, en las mesas donde se decide cómo hacer la paz, cómo terminar con los conflictos, cómo terminar la guerra, tenemos que estar las mujeres.
¿Qué supone que las mujeres estén sentadas a esas mesas?
Una de las cosas más importantes es que hemos visto que no solo es discurso. Cuando las mujeres participamos en la resolución de los conflictos, cuando estamos en las mesas de negociación, como dice la [resolución] 1325, [la paz] dura muchísimo más. Un 35% más. Es este orden patriarcal, esta forma de no querer ver la importancia [de la participación de las mujeres], lo que hace que resoluciones como la 1325 no se apliquen en la dimensión que deberían. Pero tenemos cada vez más países que hacen planes de acción para ella. México está revisando su primer plan; y otros países de la región como Chile, Argentina… y por supuesto, Colombia. Y es importante seguir exigiéndolo, seguir pidiéndolo, porque da resultados. Lo que una se pregunta es, ¿por qué no estamos en todas partes? ¿Cómo puede ser que de los dieciocho acuerdos de paz formalizados en 2022, solo uno contó con la firma o presencia de un representante de un grupo o organización de mujeres y solo seis que incluían disposiciones que hacían referencias a mujeres y niñas? Sin embargo, las mujeres participaron como negociadoras o delegadas de las partes en conflicto en cuatro de los cinco procesos de paz activos dirigidos por Naciones Unidas, 2022. Este ha sido un tema muy importante para las Naciones Unidas y tenemos que decir que el Secretario General ha sido consistente en integrar a las mujeres.
Decía hace un momento que el hecho de que las mujeres se sienten a la mesa, implica no solamente que se resuelva mejor el conflicto, sino que esa resolución, esa paz es más duradera. ¿Las mujeres, además de mediar, son constructoras de paz?
Sin duda. Yo diría que las mujeres traen a la mesa la cotidianidad, lo que es importante para las personas, para las familias, para los y las jóvenes. Y entonces, eso es parte de lo que hace que estos procesos sean más duraderos. Un 35% más duraderos. Y sí, las mujeres somos constructoras de paz. De hecho, en México tenemos un programa que se llama Mujeres Constructoras de Paz (MUCPAZ), que es una iniciativa que atiende los problemas y conflictos que hay en las comunidades colaborando con las autoridades. Porque en México sabemos que la paz no es solo la ausencia de guerra, realmente es una construcción positiva de condiciones de vida que permitan disminuir o acabar con la conflictividad. El programa tiene 1.600 Redes MUCPAZ y participan alrededor de 30.000 mujeres (sí, no son dos o tres, ríe). Empezamos con la idea de que teníamos que promover y reconocer que las mujeres somos constructoras de paz a los diferentes niveles. Y a partir de eso, en una alianza con la Secretaría de Ejecutivo de Seguridad Nacional, se definió un programa en el que ellas definen cuáles son los problemas en su comunidad, llevan a cabo diálogos comunitarios, recuperan el espacio público, entran en cuestiones educativas, van a las escuelas primarias, secundarias, hacen cuidado del medio ambiente….
¿Esa red de mujeres empodera?
Mucho. Nosotras tenemos un evento anual donde reunimos a representantes de las redes y te confirman que estar juntas es importante. También ser escuchadas. Porque tenemos soluciones, conocemos la intimidad de las comunidades y sabemos con quién hay que hablar, qué hay que hacer, dónde invertir… Resulta además muy interesante crear ese vínculo con las autoridades de una manera formal; desde otro lado, que no sea solo la denuncia, sino la construcción de la paz.
¿Sería el equivalente local de la Red iberoamericana de Mujeres mediadoras? ¿Qué deben contar al mundo?
La historia nos muestra que si no nos organizamos, si no nos vinculamos, si no nos hacemos presentes, no nos buscan. Yo me pregunto: “¿Cómo puede ser que [la presencia de mujeres] sea tan importante que den tantos resultados y sigamos siendo ciegos? Gritemos: Oiga, aquí estamos faltando”.
En Iberoamérica no había una red de mujeres mediadoras. Era la única región que no tenía una red de este tipo. Tuvimos mucho apoyo de la red mediterránea, de la red nórdica. Y bueno, pues en estas estamos, en esta construcción colectiva.
Siguiendo con su Red. ¿Cuál es su hoja de ruta?
Bueno, nosotras somos una red que se está conformando. En este momento tenemos 11 estados miembros: Andorra, Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, España, Guatemala, México, Perú, República Dominicana y Uruguay. Y hemos estado primero identificando, pensando cómo tiene que ser la estructura de la Red. Hemos visto que necesitamos a un grupo de expertas que nos ayuden en saber, en identificar a las mediadoras, en capacitarnos, procurando que sean tanto de personas de las cancillerías como de los ministerios para el Avance de la Mujer. Estamos planteándonos también entrar a la red global, aprender a posicionarnos mejor, como red.
El trabajo que se haga para la consecución y el mantenimiento de la paz no puede suceder sin tener en cuenta a las mujeres. ¿Siente que hay apertura por parte de otras instituciones a escuchar a mujeres mediadoras o todavía nos queda camino por andar?
Nos queda muchísimo camino por andar. Se hicieron seis coaliciones regionales en materia de mediación (nórdica, mediterránea, africana, asiática, árabe y la de la Commonwealth) y un pacto de mujeres, paz y seguridad. Y realmente lo que se plantea ahí es exactamente que la guerra, la paz, los conflictos, el cambio climático, todo se da a nivel comunitario y se va a resolver a nivel comunitario. Y ahí están las mujeres, que saben exactamente lo que está pasando. Sin embargo, no las vemos, no las oímos. Hay que hacer como hicieron las mujeres colombianas, que les dijeron: «Ustedes no se van a parar de la mesa hasta que no resuelvan». Y lucharon para llegar a La Habana; llegaron organizadas, llegaron trabajando muy diversas organizaciones, pero diciendo: «tenemos mucho que decir». En estos acuerdos no solo pueden estar estas cosas que son las importantes, tiene que estar también lo cotidiano, tiene que reconocerse la violencia, tiene que reconocerse la tierra.
¿Qué hace falta para que se haga más política desde el feminismo en la mediación de conflictos y en la construcción de la paz?
Tendríamos que quitarnos el velo y hacer lo que sabemos que funciona. Es decir, incorporar a las mujeres en procesos de prevención de conflictos, que me parece tal vez la parte más importante, y por supuesto, también en la posterior resolución de conflictos. O sea, debe volverse imprescindible contar con mujeres sentadas tomando decisiones en todos los ámbitos.
Para ello hace falta que las mujeres estén en la parte más alta, que es la que tiene la capacidad de organizar y de decidir quién se sienta a la mesa.
Exactamente. Tenemos que trabajar para estar en todas partes. Y se tiene que volver una costumbre para cualquiera que esté sentado en una mesa de negociación, de toma de decisiones preguntarse, «¿dónde están las mujeres?».