Francis Valverde: “Necesitamos leyes que permitan a la sociedad civil fortalecerse”

Presidenta de la Liga Iberoamericana Secretaría Técnica del Encuentro Cívico Iberoamericano (ECI)

Francis Valverde: “Necesitamos leyes que permitan a la sociedad civil fortalecerse”

Francis Valverde no se anda con rodeos. A sus palabras les sobra claridad y les falta consuelo. Desde su doble responsabilidad como presidenta de la Liga Iberoamericana y secretaria técnica del Encuentro Cívico Iberoamericano (ECI), la veterana activista chilena advierte que la región vive un momento hostil para la sociedad civil organizada. “Estamos en modo resistencia y supervivencia”, relata. 

A pesar de ello, no desiste. Al contrario, persiste. Su objetivo más inmediato: alcanzar una presencia significativa en la próxima Cumbre Iberoamericana que se celebrará en Madrid en 2026, y construir un discurso común que reconozca al movimiento civil como un actor fundamental en la política de los países.   

Con la experiencia de décadas de lucha sobre sus espaldas, Francis Valverde no pide favores; exige reconocimiento. Para ella, la señal inequívoca de que la sociedad civil habrá ganado terreno en la XXX Cumbre Iberoamericana de 2026 será una sola línea en la declaración final: que los Estados iberoamericanos reconozcan, por primera vez y sin ambages, a la sociedad civil como actor político legítimo y necesario en todos los países de la región.

¿Qué papel cree que debe jugar el Encuentro Cívico Iberoamericano para defender un entorno seguro y democrático para las organizaciones sociales?

El primer desafío es lograr una presencia más evidente y relevante en la Cumbre de Jefas y Jefes de Estado. Por ahora hemos conseguido que una línea de nuestra declaración se escuche, pero no que se nos reconozcan como una actor social y político fundamental. 

En ese sentido, este año logramos generar un fondo junto con SEGIB y ECI para fortalecer las capacidades de incidencia de las diferentes redes en sus respectivos países. Es un tema muy importante porque, dadas las restricciones internas, tenemos poca capacidad para incidir. Por eso es necesario buscar estrategias y generar posibilidades en conjunto. 

Un tercer aspecto importantísimo tiene que ver con mantener unida a la red en el encuentro cívico. Es decir, por una parte, debemos fortalecernos en capacidad y competencia, pero también fortalecernos políticamente en términos de tener un sentido propio, claro y unido y alcanzar una lógica y una narrativa comunes. 

Como sociedad civil, acaban de cerrar una hoja de ruta hacia la XXX Cumbre. En unos tiempos tan complejos para el multilateralismo, ¿cómo cree que llegará a esa fecha?

No oculto mi preocupación. La ultraderecha está ganando espacio en Latinoamérica y va creando un ambiente de inseguridad extremadamente alto. El multilateralismo tiene un reto importante. En este contexto, España juega un rol muy relevante porque sigue siendo uno de los países de la Unión Europea que lucha porque se mantenga el vínculo con la sociedad civil –aunque dentro de las lógicas estatales, evidentemente, tampoco le vamos a pedir peras al olmo–. 

¿Qué impacto puede tener que el Encuentro Cívico Iberoamericano se celebre junto a la Cumbre y que la representación de la sociedad civil participe con el estatus de observadora en el diálogo oficial?

Tiene relevancia porque da una herramienta distinta a las redes nacionales para presionar. Los latinoamericanos somos muy “busquillas”, muy buscadores de posibilidades. Aunque no cambia la realidad, nos da mayor legitimidad como sociedad civil para actuar en nuestros países, fortalecerlo con acuerdos conjuntos y mantener, al mismo tiempo la presión.

Debemos fortalecernos en términos políticos y alcanzar narrativas comunes


¿De qué manera la renovación de la estrategia de cooperación iberoamericana podría transformar la participación de la sociedad civil en los próximos años?

En la pasada reunión preparatoria de Cartagena dijimos que queríamos ver la estrategia antes [de que estuviese cerrada]. Y nos vinimos con el compromiso de que se haría todo lo posible para que la conociéramos antes de que se cerrase. Esa es ya una actitud muy positiva. Nos sirve como estímulo.

Creemos que es una oportunidad y tenemos que insistir, pero con realismo político, asumiendo que los Estados son estados y que esa es una estrategia de Estado. Si lo logramos antes, sería maravilloso, pero si no, reaccionaremos a posteriori usando todo lo que informe que nos permita decir: «Estamos preocupados por esta medida, nos parece muy interesante esta otra, pero cómo se va a aplicar»…

Las redes presentes en Cartagena representan a más de 2.600 organizaciones. ¿Cómo se garantiza que esa diversidad de voces —feministas, ambientales, indígenas, migrantes— se traduzca en una posición común capaz de influir en la agenda iberoamericana?

Somos 24 redes, más de 2.600 organizaciones, y ahora con el encuentro preparatorio se amplió el interés y hay dos o tres redes que también quieren sumarse. Mientras más seamos, mejor.

El desafío es superar la agenda propia y generar agenda común en términos de democracia

Garantiza una posición común capaz de influir realmente no va a ser fácil porque cada uno va a querer poner el acento en el tema que le interesa. El desafío es superar la agenda propia y generar agenda común en términos de democracia. Hablo de orientaciones, más que mandatos, sin importar la temática específica de cada red. Necesitamos leyes que permitan a la sociedad civil fortalecerse.

Hay cuatro o cinco ámbitos en los que todas y todos vamos a estar de acuerdo: la relevancia jurídica; la relevancia política en el sentido de reconocernos como sociedad civil; la presencia en los espacios de toma de decisiones a nivel nacional más allá del voto; nuestra capacidad de llegar a la base, al territorio y vincularnos con ellos para que todos hablemos en términos de democracia. El último punto sería justamente decidir qué entendemos por democracia porque cada uno la entiende desde su propia lógica de mandato: los niños, las feministas, el medio ambiente… Hagamos un glosario básico en el que quepan todas las temáticas y salgamos con una narrativa común.

En paralelo a todo esto, creo que todos los que estábamos en el preparatorio teníamos clara conciencia del riesgo que estamos viviendo. Están matando a gente por defender los derechos humanos, pero si los derechos humanos y la democracia no están unidos, no hay democracia.

La próxima Cumbre tiene como lema “Juntos construimos nuestra Comunidad”. ¿Percibe que los Estados tienen voluntad política de compartir poder con la sociedad civil?

No, no tienen ninguna voluntad de compartir el poder con nadie y menos con la sociedad civil, porque somos los “Pepe grillos” que estamos todo el tiempo poniendo sobre la mesa aspectos que están faltando o fallando. De hecho, creo que cada vez es peor. 

Creo como nunca que la posición en la que vamos a estar es de resistencia, de supervivencia.

Hay dos elementos que debemos tener muy presentes: el crecimiento de la ultraderecha, con el negacionismo como bandera, y el cierre de la cooperación. El trumpismo ya tiene escuchas en América Latina y ahora mismo estamos en el escenario de seguridad versus la libertad. 

Por otra parte, hay un asunto que no se quiere asumir, pero que es fundamental: el narcotráfico, la internacionalización de las bandas criminales. Por ejemplo, Chile siempre creyó casi que era inmune, que jamás iba a llegar y aquí estamos. El narcotráfico tiene tal nivel de poder que ni siquiera los Estados pueden con ello. No lo 

pararon en su momento y contrarrestarlo ahora implica tomar decisiones muy duras, que tiene que ver con políticas de inteligencia, de soberanía nacional. Es muy complicado.  

Si nosotros mismos facilitamos la polarización temática, nos vamos a morir, no vamos a sobrevivir

El cierre del espacio cívico afecta directamente a defensores y defensoras de derechos humanos. ¿Qué medidas concretas deberían incorporar los Estados iberoamericanos a su compromiso político en 2026 para protegerlos?

Primero deben preguntarse por qué pasan las cosas, por qué los matan. Tienen que pensar en lo que pasa en Centroamérica en este momento o en el Amazonas, con la muerte de dirigentes indígenas, sobre todo mujeres. Minería versus derechos humanos. Es tal la presión que ejerce la inversión, que es gravísimo en términos de democracia cómo el Estado asume la defensa de los dirigentes indígenas o de los derechos humanos.

Para mí, la única fórmula factible de atajar esto es que los estados se unan en mandatos. Sería un verdadero reto la construcción de proyecto regional, un poco más grande que cada país, del tipo de la Unión Europea. Una agrupación que permita unir y abordar juntos los desafíos que se planteen: ¿qué hacemos para sacar a Iberoamérica de la pobreza?, ¿cómo apartarla del extractivismo como único y fundamental logro? Un poco lo que está haciendo Mercosur. Pero eso son años. 

Latinoamérica enfrenta crisis superpuestas: desigualdad, violencia, desinformación, cambios climáticos. ¿Cómo puede la sociedad civil articular una agenda común capaz de dialogar con estas urgencias sin perder profundidad temática?

Tener un discurso común es una cuestión de supervivencia. No es un problema de que mi tema personal o mi tema de red se imponga sobre los otros. Todos son importantes y no los minimizo bajo ninguna circunstancia, pero hacerlo así acarrea consecuencias. 

El primer reto sería construir el iberoamericanismo como una marca política que logre que todos los países se identifiquen con esta idea

España ejerce la Secretaría Pro Témpore de la Cumbre. ¿Qué oportunidades abre este liderazgo y qué expectativas tiene la sociedad civil respecto a su capacidad de  impulsar agendas progresistas e inclusivas?

Yo creo que hay oportunidades, pero si nosotros, sociedad civil, hacemos algo dentro de cada país también. Esto no funciona solo de España para acá. 

En mi opinión, el primer desafío que tiene España es que se reconozca a Iberoamérica en términos políticos, no solo como una idea o una posibilidad. Hay muchas cosas que nadie conoce porque no tienen ninguna difusión. Por tanto, el primer reto sería difundir el iberoamericanismo como una marca, como lo hicieron la Unión Europea o los Estados Unidos. Construir una marca política que logre que todos los países se identifiquen con ella.

El segundo desafío es económico. Hoy Iberoamérica no representa ningún apoyo o aporte especial, y eso condiciona la agenda. ¿Quién la está marcando entonces? ¿El Global Gateway de la Unión Europea? De hecho, si preguntas a cualquier persona qué está pasando en el mundo, te dirá: “Trump hace esto, China hace aquello”. Ni siquiera Europa aparece en ese imaginario. Tenemos un problema de visibilidad. Pero en América Latina eso puede cambiar y Europa tiene una oportunidad real de construir algo significativo.

Mirando hacia 2026, ¿cuál sería para usted la señal inequívoca de que la sociedad civil ha logrado incidir de forma significativa en la XXX Cumbre Iberoamericana? ¿Qué cambio concreto le gustaría ver reflejado en la declaración final?

El reconocimiento político de la sociedad civil como un actor válido en todos los países.